El futuro ya no es lo que era, decía Paul Valéry. Visto que hace 7 años nos teníamos que haber quedado sin agua, sin trabajo y sin petróleo, las grandilocuentes predicciones de cómo viviremos dentro de 50 años probablemente errarán completamente.
Tenemos que afrontar los retos de la robotización y digitalización como oportunidades y no como amenazas. La mitad de los actuales empleos no existían hace 20 años. Lo mismo ocurrirá en el futuro y hay que prepararse. Afortunadamente, tenemos los mimbres para hacerlo con éxito.
Podríamos hacer predicciones del tipo bruja Lola y perpetuar una visión magnánima del presente. ¿Qué sabemos del futuro? Nada es la respuesta más humilde y sensata. Y cuando no sabes nada, lo recomendable es prepararse. El futuro hay que afrontarlo como cualquier reto. Como si fuera un examen para que el que tienes que prepararte. Como lo hace Messi, que diariamente entrena aun siendo el mejor jugador del mundo. Todos queremos el progreso, pero muchos odian el cambio. Y de eso se aprovechan los generadores de miedo.
Una predicción positiva que seguro se cumplirá es que vamos a vivir más años. El avance tecnológico no debe considerarse una amenaza, porque siempre ha aportado mayor crecimiento económico y bienestar social. Pero hay que vigilar los perversos incentivos en forma de una excesiva protección a quienes no están preparados, en el sentido de garantizarles una renta básica sin tener que formarse a cambio. Perversión no solo porque supondría un aumento de los impuestos, sino porque a sus receptores se les condenaría a ser un lastre social, en vez de estimularles hacia la formación. La gente no es obsoleta y el concepto de baja cualificación no existe. Lo real es que hay gente con pobre formación, y eso le condena a una escasa preparación para desenvolverse laboralmente.
Pavor a perder el empleo
Proteger lo que no tiene futuro genera parados de difícil orientación. Aquellos sectores amenazados por la digitalización y la robotización deben de ser conscientes de que tienen que formar a sus trabajadores para que tengan mejores y mayores competencias. Hay que acabar con limitaciones autoimpuestas en plan “esto no es lo mío” o pensar que en el futuro seguiremos haciendo lo mismo. Pero formarse no significa hacer muchos cursos, sino adquirir nuevas competencias.
Las profundas transformaciones de nuestra sociedad han venido siempre de la mano de las revoluciones industriales, no solo por el cambio de la manera de trabajar, sino principalmente por los crecimientos sostenidos del nivel de vida de la gente. Pero ahora hay verdadero pavor a las innovaciones tecnológicas porque muchos temen perder su trabajo al ser sustituidos por máquinas interconectadas y dotadas de inteligencia artificial.
Debemos ser conscientes de que la formación reglada es solo una pequeña parte de nuestro potencial. Los ciudadanos del mundo tenemos a nuestro alcance toda la información y el acceso a los bienes y servicios más avanzados, lo que genera enormes oportunidades para todos y también mayores dosis de calidad de vida. De salida, tenemos una enorme ventaja competitiva por vivir en uno de los territorios más industrializados de España y en ciudades con elevados niveles de bienestar social.
En el pasado, llegamos tarde
A las tres revoluciones industriales anteriores, nuestro país llegó tarde, pero la 4.0, podemos liderarla en España. Primero, porque en el Baix Llobregat tenemos una de las mayores concentraciones industriales y de servicios, y porque en L’Hospitalet se celebra el Mobile World Congress, la mayor cita global de la tecnología, lo que facilita que estemos en contacto con las innovaciones. Lo único que falla es nuestro pobre sistema de formación profesional.
Ahora mismo, en nuestro territorio hay 900 empleos que no se cubren por falta de personal cualificado, según un estudio de la patronal comarcal AEBALL que compara las contrataciones ofrecidas en la industria y las titulaciones sobre oficios reglados. Los representantes empresariales recuerdan que el desarrollo de la Industria 4.0 llevará a una mayor tecnificación de los procesos productivos, por lo que esperan que sean más necesarios los perfiles de más cualificación.
Sin embargo, la respuesta institucional no está a la altura. EL LLOBREGAT ha denunciado que en la comarca no se ofrece formación de 18 especialidades de FP de las 42 descritas. A esas carencias hay que añadir que el Centro de Formación Profesional de Automoción está infrautilizado, pese a mediar una inversión pública de 25 millones de euros en el edificio y en unas instalaciones y maquinaria de última generación que se está desaprovechando.
Caos institucional
Las instalaciones de Martorell deberían servir para formar a los trabajadores de todo el sector del metal, pero se desaprovechan por su caótica gobernanza, fruto de la intervención de varios departamentos de la Generalitat. Es como tener un Fórmula 1 sin piloto ni equipo de mecánicos en el circuito de la reindustrialización 4.0. De seguir así, nos quedaremos en la cuneta contemplando cómo otros progresan, como ocurrió en las revoluciones industriales de antaño. Urge por tanto que la formación profesional sea más flexible para adaptarse a las necesidades de las empresas y que los agentes sociales (empresarios y sindicatos) tengan presencia en la gobernanza del sistema de FP para generar complicidades y corresponsabilidades. Con la condición necesaria de que los trabajadores, conscientes de que la formación tiene que ser continua, apuesten decididamente por ampliar sus competencias. Si me equivoco en estos pronósticos, no se preocupen, porque estaremos igualmente preparados. Y si no me equivoco, aún mejor, porque estaremos mejor capacitados para afrontar el futuro. Tenga o no razón, siempre ganaremos con una mayor y continua preparación. III