Necesitamos ingenieros de la política que ayuden a construir soluciones a los problemas de nuestra sociedad, no pillos que se meten en las listas electorales como vía de solución de los suyos personales.
La máxima que dice: lo de arriba es igual a lo de abajo, sirve para explicar lo que nos jugamos en el plazo de un año en nuestros municipios, en nuestra metrópoli barcelonesa y en la Unión Europea. En esos escenarios irrumpirán con fuerza los nuevos partidos y el panorama cambiará bajo el fantasma identitario, siempre amenazante. Todo dependerá del resultado del “fiestón” democrático al que estamos convocados el 26-M de 2019.
Lo identitario e ideológico prevalece por encima de cualquier otra prioridad, como la económica o la obra de gobierno realizada. La imagen que nos devuelve ese espejo a mí no me gusta porque refleja un estado de depresión colectiva paralizante. Rompámoslo, creamos en nuestras posibilidades a partir de definir objetivos comunes verdaderos.
El fantasma identitario recorre Europa y también nuestras ciudades y pueblos respecto a la construcción metropolitana, 35 años después de que Pasqual Maragall accediera a la alcaldía de Barcelona y contemplara la ciudad real, la que va de río a río, del Besós al Llobregat y más allá. Por eso hoy su heredero, Jaume Collboni, reivindica rescatar la Corporación Metropolitana de Barcelona (CMB) que el pujolismo eliminó, y defiende ampliar las competencias y el territorio metropolitano a los dos Valleses, el Occidental y el Oriental, a lo que yo añado que también se incluya el norte del Baix Llobregat como parte de la gran metrópoli catalana y mediterránea que somos, frente a operaciones concéntricas como el Montserratí.
Si las elecciones europeas se antojan distantes para usted, probablemente también lo será el debate sobre la construcción metropolitana, cuando nuestra vida cotidiana responde en esencia a ese fenómeno de continuo urbano, de transportes y de servicios supramunicipales que, a mi juicio, deberíamos continuar reforzando y ampliando, al igual que la Unión Europea.
Necesitamos una metrópoli barcelonesa fuerte, con un marcado liderazgo y que responda al reto de la globalización más allá de las fronteras, no solo físicas. Porque el verdadero reto que tenemos es el de la digitalización, que se traduce en la industria 4.0, la robótica, la inteligencia artificial.
26-M, “fiestón” demócrata
Un ejemplo es el inminente despliegue de la tecnología 5G para móviles y el internet de las cosas, que nos pondrá en las manos verdaderas autopistas y que permitirá colocar miles de sensores en las ciudades sin necesidad de enchufes. Las inmediaciones de Fira en Gran Vía de L’Hospitalet y la plaza Europa será uno de los bancos de pruebas del despliegue del 5G a finales de este año. Ese doble salto metropolitano y digital será inviable sin recuperar algo que lamentablemente no está de moda: el consenso y el principio de solidaridad, en este caso de la capital hacia su periferia.
Las elecciones municipales de 2019 se celebrarán en toda España el 26 de mayo de 2019, coincidiendo con las del Parlamento Europeo, algo que no ocurría desde hace 20 años, ya que las europeas se celebran cada cinco años y las municipales cada cuatro. De este modo, el 26 de mayo de 2019 estaremos invitados a un verdadero “fiestón” demócrata. En los colegios electorales nos encontraremos con la mayoría de nuestros vecinos extranjeros, ya que también podrán votar. En España pueden hacerlo todos los inmigrantes de la UE residentes y también los vecinos procedentes de los países con los que existen acuerdos de reciprocidad, como: Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Paraguay, Trinidad y Tobago, Islandia, Noruega, Cabo Verde, Nueva Zelanda y República de Corea.
Lo que va a ocurrir en los próximos 12 meses va a ser extraordinario tanto a escala local como europea. El futuro de nuestros municipios y el de la metrópoli barcelonesa es similar al reto de la construcción europea, que también se enfrenta a múltiples frentes. Más allá del Brexit, que fundamentalmente es un problema identitario antes que económico, se producirá una pugna entre los países del este y centroeuropeos frente al resto de los 27 por la elaboración de los presupuestos. Antaño, fuimos los españoles, entre otros, los receptores de fondos europeos y hoy son polacos, húngaros, checos, etcétera. Veremos cómo cuadran las cifras con los recortes provocados por la salida de Reino Unido. Las elecciones al parlamento europeo también dinamitarán el histórico bipartidismo de conservadores y socialdemócratas, como ya ocurre en España y como ocurrirá en nuestros ayuntamientos, con la irrupción de nuevos partidos y la sacudida de populismos.
Caldo de cultivo populista
Además, en Europa cambiarán todos los rostros importantes: junto a los del Parlamento, se va Mario Draghi del Banco Central Europeo y se renovará toda la Comisión Europea. También cambiarán los equilibrios y el liderazgo europeo, como ocurrirá aquí, en nuestra área metropolitana con un más que probable cambio en su presidencia, fruto del resultado de las elecciones en Barcelona. Veremos si ese cambio comporta un liderazgo fuerte que evite que la metrópoli se convierta en un campo de batalla identitario y caldo de cultivo para todo tipo de populismos.
Todo ello en medio de la transformación digital y la Inteligencia Artificial (IA). El dramaturgo irlandés George Bernads Shaw dejó dicho: “El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable persiste en el intento de adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende del hombre irrazonable”. Que nadie dude que ser dirigidos o gobernados por gente razonable es agradable. Porque los irrazonables suelen ser testarudos y difíciles de dirigir. En este punto, los algoritmos de la IA son hiperrazonables. Se centran en las cualidades humanas, por lo general, valoradas en exceso. Pero Shaw tiene razón en que el progreso, en lo que hace referencia a las ideas, siempre lo impulsarán los testarudos e irrazonables. III