Roberto Colella primero supo expulsarse ese rictus hotelero que tienen los chefs que han trabajado en cocinas muy industriales. Las prisas, la mecánica de la falta de tiempo, el volumen. Y, después, ha sabido crecer. En Meneghina, su primer pequeño restaurante del Born abierto hace cuatro años, el espacio físico era finito y entre el público -aunque también local- acababa predominando el turista. Ahora, da un paso más en el Eixample (en ese primer tramo de Pau Claris después de cruzar la Diagonal dirección al mar).
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