La búsqueda del enemigo se está convirtiendo en la actividad política por excelencia. Ya no basta la competencia ideológica, las propuestas de gobierno o convencer al electorado con sus programas.
Se pretende, utilizando todos los medios, criminalizar al contrincante o desprestigiar a los miembros que la componen. La política ha desaparecido, el arte de dialogar y consensuar es puramente dialéctico, el llegar a acuerdos de gobierno parece utópico; en fin, la imagen de nuestros políticos está en constante decadencia.
Tal realidad, por todos observable, es fiel reflejo de la sociedad que estamos construyendo. Los políticos son la consecuencia de los valores que predominan. Los profesionales de la política, en muchos casos “hijos del partido”, sólo persiguen un objetivo: perpetuarse en el poder. ¿Dónde está el servicio al “bien común” o dónde está el servicio al pueblo?
Hay un cierto hastío y cansancio por los conflictos que se generan o se inventan en el amplio escaparate de los debates políticos. No se contrastan ideas o alternativa, sólo la descalificación burlesca tiene espacio mediático; parece que lo importante es la famosa expresión “y tú más”.
Esta cultura de la continua “sospecha” no es un buen espacio ni estrategia para solucionar los problemas de la ciudadanía. Buscar un enemigo o enemigos es prioritario, etiquetar a la gente de forma despectiva se normaliza, reabrir debates del “pasado” con sus heridas y dolor permite despertar viejos resentimientos…
Sospechar negativamente del “otro” comporta graves consecuencias en la convivencia, introduce una desconfianza en las relaciones interpersonales, se juzga y condenan éticamente todas sus acciones, se remueven antiguos prejuicios de odios y venganzas no racionales, se etiquetan con cierta irresponsabilidad a instituciones o realidades sociales bien arraigadas en el ideario colectivo (por ejemplo la iglesia). Sospechar negativamente es gratuito y, en ocasiones, populista o con rédito electoral. ¿Este es el mejor terreno para generar una convivencia pacífica y constructiva? ¿Utilizar la burla, la continua desconfianza y la sospecha excluyente, a quién beneficia?
Desde esta reflexión ofrezco la siguiente cuestión: ¿De dónde nace y como se autoalimenta esta cultura de la “sospecha”? Según mi parecer, estas actitudes tienen su origen en la, cada vez más presente, insatisfacción reinante. El ser humano en su afán por buscar la felicidad, descubre día a día su finitud y caducidad; no soporta que no pueda controlar su vida y los acontecimientos que la acompañan. La persona va percibiendo con cierta rebeldía que no es protagonista de nada sino sólo un humilde espectador. La búsqueda de enemigos le sirve para autoafirmarse y encontrar así un sujeto donde vomitar esa insatisfacción.