Bueno, parece que al fin están aflorando las dos lecturas enfrentadas del 1-O. La que dice que algunos arrojaron a la ciudadanía contra las fuerzas policiales, y la que afirma que fueron las fuerzas policiales las que se echaron encima de la población.
La primera la defendían hasta ahora quienes se encargaron de reprimir: policía y guardia civil. La segunda, quienes se encargaron de convocar: la Generalitat, los partidos independentistas y el soberanismo militante. Y en medio estaban los Mossos d'Esquadra que parecían sostener una cosa ante la judicatura y en la práctica mostraban una criticada inacción que se hizo evidente para todo el mundo, porque quedó claro que la pelea se sostuvo a lo largo de todo el día 1 de octubre entre los concentrados y las fuerzas de seguridad del Estado.
Sudores fríos
Lo cierto es que en este entramado, los Mossos han sido la víctima propiciatoria. Han estado permanentemente en la pura contradicción: teniendo que estar en misa y repicando, y cuando eso pasa ni se tocan bien las campanas ni se consagran las hostias convenientemente. El que se auto obliga a estar en todas partes, a bien con todo el mundo y poniendo paños calientes en todos los sarpullidos, suele terminar mal con todos. En este caso, elegir entre la fidelidad a quien marca la pauta política y quien marca la pauta judicial, produce sudores fríos, comezones insufribles y lamentables inseguridades. El espejo de esa traumática situación fue el último de los testigos de esta semana: el comisario Castellví de la brigada de información de los ME.
Tal fue el aprieto, que tuvo que reconocer que los Mossos habían alertado con antelación sobre las consecuencias de la convocatoria para la ciudadanía y que nadie desde la Generalitat les hizo caso. Sin decirlo, venía a colocarse en la misma posición que las otras policías, que afirman que se manipuló a la ciudadanía para enfrentarla a quienes estaban obligados a cumplir las órdenes judiciales. Pero con un significativo matiz: fue el único cuerpo que, ante esta realidad, optó por hacer lo que parecía más racional: no actuar el día 1.
Es decir, ante la crítica por la evidente inacción de los ME el 1-O, lo más racional es justamente defender su posición. No actuaron, no para cumplir las órdenes de la Generalitat, sino para evitar un enfrentamiento civil, la violencia entre los que se oponían a que les quitaran las urnas y quienes estaban obligados como policía judicial a requisarlas de los colegios. Lo que hicieron los Mossos ese día debieran haberlo hecho las otras policías, porque era evidente que no se iba a impedir la jornada electoral y en cambio, se iban a suceder los episodios de enfrentamiento violento. O sea, estaba garantizado el daño y en cambio no estaba garantizado el cumplimiento de la orden. Cualquier pensante habría abortado la intervención. Pero en la policía no suelen haber pensantes, ni siquiera en sus cúpulas: suele haber actuantes, y ya va siendo hora de que la ciudadanía exija que en los mandos policiales dejen de haber personas que siguen ciegamente las órdenes, para ser substituidos por profesionales que midan la distancia entre la orden y el daño colateral.
El eslabón más débil
Todo eso en torno al 1-O, cuando la realidad se imponía. Otra cosa bien distinta es lo que ocurrió antes de ese día, cuando todavía era posible cumplir lo que dictaba la judicatura y donde parece que los Mossos se mostraron más cabizbajos, inseguros, dubitativos, cabreados encima por los desplantes del gobierno central que traía mandos externos y fuerzas suplementarias en una evidente y apriorística muestra de desconfianza hacia lo que no era más que otra fuerza estatal con la que había que contar: la policía autonómica.
Una vez más, surge con fuerza el error político de un gobierno central que no supo marcar la eficacia del Estado a lo largo de todo el año 2017 y especialmente a la vuelta del verano, cuando se preparaba no solo un referéndum ilegal sino el choque de trenes, la ruptura con España y la declaración unilateral de independencia. Eficacia que pasaba, naturalmente, por el análisis político, el diálogo y la negociación, pero también imprescindiblemente por el ajuste de los servicios de información del Estado, el engrase de las policías judiciales que pudieran hacerse cargo eficazmente de posibles acciones de masas e incluso el engrase de las policías de fronteras y los servicios diplomáticos para hacer frente al reto soberanista que se hallaba en aquellos meses en su punto álgido.
Nada de ello se hizo, y ahora es muy fácil echar sobre las espaldas de los ME el peso de la desobediencia. Una vez más, los déficits de la política los pagan los eslabones más débiles y en este caso los eslabones más débiles son siempre quienes deben observar fidelidades contrapuestas.