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El color de la miseria

Artículo publicado el 14/9/2005 en ABC

Por X. Pérez Llorca
Negro, sin duda. Negro es el color de la piel de los náufragos que llegan cada semana a las playas de Andalucía. Negros son los misteriosamente calcinados en París,en albergues para emigrantes. Negros, los miles de muertos en Nueva Orleáns, tras el paso de huracán Katrina.
Dicen que en el estadio Astrodome, principal centro de acogida para los evacuados de Nueva Orleáns, el 99% de los asistidos, son afroamericanos. Y debe de ser verdad a la vista de las imágenes televisivas. Los únicos blancos que identifiqué eran militares ó asistentes sociales. Si se confirman las previsiones de Ray Nagin, alcalde de la ciudad, si los muertos superan los diez mil, la devastación del Katrina se habrá convertido en la mayor catástrofe natural sufrida por los Estados Unidos de Norteamérica en su historia.

George Bush se encuentra ahora en el ojo de otro huracán: el de las críticas lanzadas por quienes consideran que la Administración norteamericana no actuó ante la catástrofe con previsión, diligencia y coordinación. La realidad incontestable de los miles de muertos, indiscutiblemente pone en tela de juicio la gestión presidencial.

¿Cómo puede ser que en suelo de la principal potencia mundial, pueda pasar algo así? ¿Cómo puede ser que los días anteriores a la devastación, las cadenas de televisión ofreciesen imágenes simuladas de las inundaciones que se avecinaban; de cómo las aguas superarían los diques de Nueva Orleáns y se adentrarían hasta alcanzar el Missisipi? Todo esto pasó sin que la ciudad fuese desalojada. ¿Cómo puede ser que disponiendo de la tecnología que permite predecir y aún más, explicar, como se producirá la catástrofe, una sociedad sea incapaz de evitar tanta muerte.

Para responder esta pregunta me falta información. Como europeo me cuesta admitir la lógica de una sociedad tan diferente de la nuestra. Compleja y contradictoria, magnífica y miserable. La forma de gestionar una catástrofe como la de Luisiana, sólo puede entenderse partiendo de una concepción individualista de la sociedad; casi negando la intervención del Estado: llevando a la practica el mandamiento de «no te preguntes que es lo que hace tu país por tí, sino qué haces tú por tu país».

Quizá sea cierto lo que afirma Russel Honore, jefe de la fuerza que coordina el rescate en Nueva Orleáns: que el despliegue de medios se produjo en el momento oportuno; que de haberse anticipado se habría puesto en peligro la seguridad del personal de rescate. También es posible que la estructura político administrativa de EE.UU., en la que el gobierno central tiene realmente una función subsidiaria de la de los estados miembros, explique en parte el retraso en la intervención directa de George W. Bush. Todo esto es posible, pero: ¿Cómo se entiende que si las cadenas de televisión alertaban días antes del efecto devastador, los habitantes de Nueva Orleáns no abandonasen la ciudad, por sus medios?...

Desgraciadamente, creo que lo explica el color de cada cual. El color no determina, pero identifica las más de las veces una clase social: nivel de renta, grado de cultura, acceso a la información; y todo ello conforma la capacidad de decisión de las personas. Blancos y negros se fueron o se quedaron en función de su capacidad para recibir la información, valorarla, disponer de medios para marchar y contar ó no con un lugar al que ir. El color, en Paris, Tarifa o Nueva Orleáns, es por regla general el indicativo de un nivel de vida.

Creo que es, ante casos como éste de Luisiana, cuando los europeos podemos pensar que tanto estado, quizá sirva para algo. Ante catástrofes como la de Luisiana, gana fuerza la idea de que el Estado es necesario. Precisamente para evitar que algo así pueda suceder. El Estado tiene que servir, si llega el caso, para sustituir la decisión del individuo cuando perjudica claramente a su propia persona: la escolarización ha de ser obligatoria, quieran o no los padres. La sanidad un derecho universal, tenga renta o no el contribuyente. La seguridad ciudadana y el respeto colectivo, un servicio ineludible... El desalojo forzoso de Nueva Orleáns antes del desastre, una decisión que no debió quedar al arbitrio del «color» de cada ciudadano.
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