Un reciente estudio sobre el uso del móvil concluye que una de cada tres personas lo consulta más de 100 veces al día, lo que representa una media de una vez cada diez minutos, sin contar las horas de sueño.
En el caso de los menores de 25 años, uno de cada cuatro consulta el móvil una media de 150 veces al día. La mitad de los menores de dicha franja de edad dedican más de tres horas al día a las redes sociales o WhatsApp.
Los teléfonos inteligentes permiten una amplia gama de posibilidades, y la ofrecen de forma inmediata, lo que les ha llevado a ser uno de los objetos más demandados.
El informe revela algunas conductas que podrían indicar un uso excesivo o inadecuado, como que la mitad de los encuestados manifiesta que mirar su teléfono es lo primero y lo último que hace a diario, e incluso el 14% reconozca que lo consulta mientras conduce.
No se trata de cuestionar el papel fundamental que desempeña el móvil como herramienta para comunicar y socializar, trabajar o acceder a información; no obstante, resulta primordial hacer un uso responsable y funcional de este dispositivo para evitar que domine al usuario.
De hecho, existe un término denominado phubbing, que consiste en el acto de ignorar a una persona y al propio entorno por concentrarse en la tecnología móvil, asociándolo a una adicción, cuando en realidad se trata de “mala educación”. Efectivamente, el uso compulsivo, la ansiedad que produce no consultar el dispositivo con frecuencia, y el miedo irracional a salir de casa sin el móvil constituyen factores de riesgo que conducen a un problema de adicción.
Para atajar las llamadas adicciones sin sustancias, como las nuevas tecnologías, se precisan políticas educativas que desarrollen estrategias de control personal, desde edades muy tempranas, cuando los niños ni siquiera disponen de capacidad cerebral para controlar su comportamiento.
En el caso de niños pequeños, los padres permiten a sus hijos acceder al dispositivo para que permanezcan tranquilos y puedan dedicarse a otras actividades. Esto genera un hábito al que los niños se acostumbran, y puede dificultar la limitación de los tiempos de uso. Para evitarlo, los progenitores deben educar en un ocio variado y saludable, y no hacer dejación de responsabilidad en la educación de sus hijos.
En definitiva, se trata de observar los aspectos de la vida diaria que se ven alterados por el uso problemático del móvil, y establecer un uso racional del mismo.