La última de mis «Cartas desde Krypton» de este año la escribo desde Montreal. A esta ciudad he llegado invitado por la Association nationale des éditeurs de livres de Quebec.
Y si he comenzado a dar forma aquí a mi último artículo sobre el noveno arte de 2019 es porque las librerías de Montreal me han recordado cuánto camino nos queda por recorrer para que el tebeo forme parte nuclear de nuestra cultura.
En España se sigue menospreciando el cómic desde el prejuicio. Hay demasiadas personas para las que siguen siendo esas obras que se conceden a los niños para ver si se aficionan a leer libros de verdad y, en las librerías generalistas, obras maravillosas como Maus son escondidas en espacios marginales, como el porno en los extintos videoclubs. Continua la minusvaloración del arte en viñetas a pesar de que, incluso en el mainstream, tengamos a Jonathan Hickman escribiendo Dinastía de X, una serie de seis entregas que acaba de comenzar a publicarse en nuestro país.
A los que no conciben que en páginas con viñetas se pueda armar una narración con la misma sofisticación y capacidad de emocionar que en ciento veinte páginas escritas por un intelectual francés aficionado a la música barroca, no les entrará en la cabeza que un cómic de superhéroes tal vez sea la forma en la que muchos lectores pueden comprender las consecuencias que el Holocausto tuvo para nuestras sociedades y emocionarse con el relato de un trauma. Pero es sobre eso sobre lo que está escribiendo Hickman cuando nos cuenta cómo han cambiado las cosas para Lobezno, Magneto y el resto de mutantes que los lectores de El Llobregat habrán visto repartir porrazos en las pantallas de cine. Pero la cosa no va de explosiones.
Cualquier ciudadano sensible a la historia de Europa que lea Dinastía de X se sentirá ante un relato extrañamente familiar. Los mutantes en Marvel llevan décadas concienciando a las nuevas generaciones sobre las persecuciones que padecen las minorías; han sido víctimas de violencia de Estado, asesinados...
Hickman nos explica que, hartos de persecuciones, han decidido fundar su propia nación. Que Magneto reciba a los embajadores extranjeros a través de un portal a la nación mutante ubicado precisamente en Jerusalén no es baladí. Hickman dibuja claroscuros en la fundación de este Estado que tanto recuerda a Israel y, tras la lectura de la primera entrega, he entendido que nos encontramos ante una narración que reclama diversas lecturas.
Algunos, por supuesto, no la leerán nunca.