La semana pasada hemos asistido y participado en los diferentes actos programados en ocasión del Día Internacional contra la Violencia de Género (25N). Emociones contrapuestas: de un lado, pesadumbre al comprobar que la lacra continúa, exacerbada e invisibilizada en muchos casos por la pandemia; de otro, esperanza al observar que cada año se suman más hombres a la reivindicación de la tolerancia cero a toda forma de violencia ejercida contra la mujer. Hombres que, bajo el paraguas de esta semana de conmemoraciones, no solo se muestran cómplices con la causa, sino que se sienten libres para manifestarse al margen de los estereotipos de la masculinidad tradicional dominante. Hombres valientes.
Porque aun hoy hace falta coraje para rebelarse contra una sociedad machista que se perpetúa a través de los sutiles mecanismos de un patriarcado todavía presente en muchos órdenes de la vida cotidiana. Hace falta valor para rechazar los arquetipos sexistas que de manera abrumadora inundan los medios de comunicación y las plataformas de entretenimiento. Hace falta arrojo, en definitiva, para cuestionar los roles de género que se vienen reproduciendo desde hace siglos.
Por ello, constatar esa presencia creciente de hombres en los actos de los últimos días invita a pensar que estamos a las puertas de un cambio: aquel que identifica esa masculinidad tradicional dominante como causa principal de la violencia y la agresión a la mujer, y que reclama la adopción urgente de nuevas masculinidades como requisito indispensable para construir relaciones más igualitarias. Nuevas masculinidades que dicten que el hombre también debe estar presente en los espacios del cuidado y de atención a las personas. Nuevas masculinidades, en suma, que prediquen que no existe una manera única de ser hombre. III