Más quizá que en otros ámbitos, la generosidad en política tiene que ver con la gestión del propio ego, con la virtud de mantenerlo a raya no solo en las circunstancias adversas sino sobre todo cuando los vientos son favorables.
La generosidad en política se da cuando el saberse electo o electa significa ante todo una responsabilidad que implica hacer y no solo decir; cuando la pasión, lejos de alimentar tentaciones narcisistas, se supedita a un propósito; cuando, en definitiva, ese “yo” se pone al servicio del proyecto.
Acabamos de ser testigos de una muestra de esa generosidad. Miquel Iceta ha anunciado que Salvador Illa será el próximo candidato del PSC en las elecciones autonómicas del mes de febrero. Una decisión con la que el líder de los socialistas catalanes demuestra no solo su compromiso con el proyecto político de su formación, sino que de paso nos recuerda que todo hombre (o mujer) público debe ser consciente de las circunstancias cambiantes de cada momento y, en última instancia, de la propia fugacidad de la política. El líder auténtico sabe cuándo debe dejar de serlo. O cuándo una etapa se cierra y otra se abre.
Ese anteponer el interés colectivo al individual es un valor profundamente socialista que Salvador Illa sabrá sin duda preservar en su nuevo cometido. Sobriedad, templanza y diálogo han presidido su gestión contra la pandemia, cualidades idóneas para un momento excepcional que requiere de trabajo colaborativo y soluciones creativas. O lo que es lo mismo, de generosidad. III