Siempre se dice que el miedo es libre, pero solo lo es hasta que lo confinan.
Con la tercera oleada del covid-19 picando de espuelas y desbocada, la ciudadanía está todavía más asustada que hace un año, y a la vez más se siente huérfana, como si uno de los efectos secundarios de la pandemia fuera el desconcierto, que a la que vienen peor dadas suele acabar en crispación. Por si no teníamos suficiente con los malos augurios que nos señalan las nuevas y voraces cepas británica, brasileña y sudafricana del covid-19, contagiosas como ellas solas, ahora también hay que preocuparse de que no nos hagan la vida más difícil todavía las extrañas decisiones que siguen empeñados en tomar nuestros dirigentes político-sanitarios en todo aquello que tenga que ver con la pandemia, ya sea por partidismo, por ignorancia o (no es descartable) que por pura maldad.
En base a los vaticinios de las últimas encuestas del Si en Navidad los festines con allegados y las vacaciones de prepago no afectaban para nada a las cifras del coronavirus (lo que ha resultado ser todo lo contrario), ahora resulta que ir a un miting electoral por el 14F te deja tan inmunizado como sumergirte en un autoclave, mientras que tomarte un café en la terraza de un bar, pongamos que a las 10 de la mañana, es una execrable invitación al contagio, el desencadenante de un ingreso más en la UCI, que debe perseguirse y multarse. Que no deja de tener guasa que se multe a quienes se obliga a no trabajar (a cambio de nada) por una decisión arbitraria que carece de toda justificación científica.
Resulta digno de aplauso que después de tanta incongruencia los ciudadanos de a pie todavía sigan en sus casillas. Porque lo fácil sería echarse al monte, desobedecer un estado de alarma,que legalmente se sostiene con pinzas, y que salga el sol por Antequera. Porque, ¿cómo puede asimilar un españolito o un catalán medio que los mismos que sostienen que ir a votar el 14F es una afrenta a la salud pública y una bomba vírica de relojería, abran el mismo día la puerta a la movilidad más disparatada posible si se lleva una bandera o una pancarta?
Y es que demasiada paciencia están teniendo la hostelería y la restauración, los gestores de los gimnasios, los pequeños comerciantes, los arruinados empresarios y trabajadores del ocio nocturno, los autónomos y prácticamente todo aquel que se gana el pan con el sudor de su frente ante tanta desfachatez y tanta incongruencia. Lo raro es que no esté todo el mundo ya en la calle quemando contenedores en serie al estilo Jarrai (esperemos que no pase). Porque las persianas bajan pero las ayudas, las subvenciones y los rescates de las administraciones estatal y autonómica no llegan. Hay centenares, miles de familias que están abocadas a la quiebra más absoluta y no les queda más remedio que seguir de brazos cruzados sin que nadie de los de arriba,de los que deciden. ni siquiera se despeine.
Es de verdad que esa paciencia (o quizás nos tememos pachorra orweliana) de todos los afectados por la crisis económica de la pandemia es digna de elogio, y de aplauso. Y más ante un futuro que no tiene pinta de mejorar hasta, como mínimo, dentro de un año como sostiene, por ejemplo, Carlota Dobaño, la inmunóloga que entrevistamos en nuestra sección “parlem-ne” y que nos insufla un rayo de esperanza porque la segunda generación de vacunas contra el covid-19 será aún más eficaz que la primera. Eso si las vacunas acaban llegando, que también está por ver viendo la candidad de espabilados que se saltan las colas y de los problemas con el suministro y la distribución. A ver si al final lo de la ansiada “inmunidad de rebaño” va a resultar que iba con segundas. III