A veces nos queda el “derecho de pataleta” ante tanta decepción sobre aquellos que deberían solucionar los problemas comunes de la sociedad.
Una ojeada a los medios de comunicación nos remite a una clase política más preocupada de su bienestar particular que de dar respuesta a las preocupaciones sociales (paro, pandemia, desigualdad, recuperación económica, inmigración, falta de expectativas juveniles, …).
Todas las contiendas electorales son un termómetro para detectar las enfermedades que se van enquistando en la sociedad. En la última, la comunidad de Madrid, se han despertado viejos fantasmas de la historia reciente. Los odios, los resentimientos y las venganzas sólo pueden alimentarse desde la cobardía y los complejos de inferioridad. ¿A quién beneficia este clima de crispación? ¿Quién es la cabeza pensante que utiliza está táctica tan irresponsable?
La violencia dialéctica es un recurso peligroso que puede generar, entre las mentes más frágiles, una respuesta desproporcionada y descontrolada. En la historia reciente tenemos muchos ejemplos de la manipulación del odio, de convencer a la población de un enemigo común que hace falta extinguir: los genocidios en Rusia, Alemania, Camboya, Ruanda, etc.
No hay más grande mezquindad que utilizar la mentira para su beneficio particular, es decir, que algunos políticos engañen deliberadamente bajo un rédito electoral.
El otro día el pueblo armenio recordada el genocidio de más de un millón de compatriotas. El presidente de EEUU denunció públicamente este hecho histórico y demostrable. El presidente turco se sintió herido por tal denuncia; en un acto de hipocresía negó la responsabilidad de su pueblo (sus dirigentes), que sesgó la vida de muchas familias por el hecho de pertenecer a un pueblo pobre y humilde.
La violencia, la guerra, el odio, la venganza, el exterminio, … no puede ser silenciado y, aún menos, ser justificado o relativizado. El político que así lo hiciese debería ser repudiado por la sociedad. No podemos construir una convivencia de futuro, si antes no apartamos de la vida pública a todos aquellos “revisionistas” que quieran interpretar la historia desde el color que quieren imponer: buenos y malos, fascistas y comunistas, franquistas y republicanos, inocentes y culpables, etc. ¡Superemos ya, semejantes etiquetas! ancladas en el pasado y heridas ya curadas (eso espero).
“Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios,” (Rom 14, 10.19) III