En Sant Boi, junto a la C-245, se consolidó el barrio de Casablanca, donde en unos bloques bajo el nivel de la carretera se han seguido unas obras, que desde el 1994 hasta hoy, no han concluido aún.
La extensa familia Páez ha visto desde la altura de sus pisos (6ª Planta), de manera interesada pero ingenua, las vicisitudes de esta obra pública; que desde Castelldefels, Gavá, Viladecans, Sant Boi y Cornellá debería mejorar la movilidad. Los Páez vinieron de Cuenca en los años 70 donde lo vendieron todo y adquirieron dos pisos en Casablanca. Todos los varones se emplearon en Can Roca y después como transportistas cerca de casa. Prosperaron, pero siempre lamentaron el “tiempo muerto” en desplazarse desde Sant Boi, tan propio de una “ciudad dormitorio.
Por ello, cuando se proyectaron las obras de la C-245 tras los Juegos Olímpicos de 1992, creyeron que en 10 años se acabarían y que sus viviendas se revalorizarían. Las obras empezaban, se interrumpían y tras largas pausas, se reanudaban cansinamente. Desde el balcón los vecinos se extrañaban y con el paso del tiempo, los bebés, pasaban a escolares, universitarios o simplemente un día se iban de casa. Su sueño: irse de Sant Boi. Una ciudad que, por años, tuvo gran rotación en su censo estático. Pasó una generación, pero la C-245 sin acabar.
En este período, unas confusas razones se daban desde el Ayuntamiento: falta de presupuesto, nuevas normas de la UE, nuevo proyecto. Los Páez asistían a reuniones con concejales evasivos, pero con folletos, mapas, y prensa no sabían del fin. En campañas, los partidos evitaban insistir. Los diversos turnos políticos PP-PSOE se alternaban sin resolver el problema. Surgían diferencias, cuando se volvía a obrar: ¿Bus eléctrico o tranvía? O incluso el metro, ahora la R-2. Mientras, el Prat se aseguraba siete paradas de metro.
Un hijo consiguió un piso junto a la rotonda Parellada; de ésta se decía que era uno de los lugares con más accidentes de España. Los siniestros se producían en las peligrosas maniobras de entrada y salida. Y a unos 200 metros de ella, aparecían unas columnas griegas sin acabar. Era la salida de la BV-2002, conectada con las C-32/A-2 y proyectada para desviar el tráfico de Sant Boi, ahora útil para pasear perros. Un proyecto bloqueado desde Madrid por falta de dinero y acuerdo con la UE, con quiebra y nueva licitación. Más infortunios, imposible.
Cuando el dominio municipal socialista es de 42 años en los municipios afectados, sorprende la mansedumbre con que se soporta esta ruinosa tardanza en concluir unas obras que escapan del puro interés local. Toda la zona renquea, toda la logística se afecta y los retrasos provocan accidentes y despidos; como a Cristina Páez, recepcionista sancionada por sus retrasos. Cuánto sufrimiento, cuántos muertos habidos, por la falta de señales, luz, vallas…
¿Valen los detalles tras tantos retrasos? O constatar que mientras tu vivienda envejece, se reforma, se arreglan fachadas, pintas el interior, disminuye la familia, por muertes, Covid, bodas, traslados. Hay ante tu balconada una obra millonaria, que se paraliza por períodos largos y se reanuda con pausas. Vallirana con su B-24, siempre protestó como Fuenteovejuna.
Uno de los Páez, superviviente del Covid, bromea sobre si verá las obras concluidas antes de morir, y mientras pasea hasta la BV-2002 y pone su canario al sol. Después vuelve hasta su bloque y esquiva los obstáculos de la obra eterna. Su hijo funcionario, le anima con que la ministra Sánchez, que fue alcaldesa de Gavá, acabará las obras. Él le replica que también Montilla fue alcalde de Cornellá, ministro y President, y no acabó las obras. III