El miedo siempre ha sido un recurso utilizado por el poder para manipular las inseguridades y las carencias de la población y, al mismo tiempo, generar un ambiente propicio que facilite la llegada de los nuevos “mesías”, aquellos que tienen la solución mágica, inmediata y populista.
El miedo nunca ha sido un buen terreno para construir una sociedad justa y equitativa. El miedo, tanto en la política como en la economía, lleva implícito un proyecto de destrucción para implantar un nuevo “orden”. O conmigo o sin nadie, o con mi ideario panfletario o el “caos” total, …
Este miedo es fácilmente exportable a otras instancias de la sociedad: sanidad, ecología, bienestar, derechos humanos, etc. Los miedos paralizan cualquier iniciativa de reformas, de diálogo, de consensos y la búsqueda del “bien común”.
El miedo genera enfrentamientos, divisiones y crispaciones estériles; el miedo te invita a encerrarte en tu “búnker” ideológico, en tu egocentrismo o en tu visión interesada y parcial. El miedo propicia un hermetismo interior, fomentando las falsas seguridades.
En este contexto social fácilmente perceptible, surgen los “nuevos mesías”, aquellos que con discursos populistas y cortoplacistas prometen soluciones inmediatas, sin importarles el grado de credibilidad o veracidad.
En cualquier ámbito estos discursos cuentan con cierta aprobación mediática, intentan vender la imagen de la persona (nuevo mesías) por encima de los contenidos y propuestas que ofrecen. La sociedad necesita de sus ídolos, necesita de personas que sepan llevar el timón ideológico de sus planteamientos. Sólo ellos son presentados y promocionados como los únicos que reconducir y transformar estos miedos en certezas esperanzadoras.
Desde un contexto más personal, el miedo siempre ha sido un mal compañero de viaje a lo largo de la historia. Des del miedo, el ser humano se ve incapacitado para ejercer su vocación universal al “amor”. El miedo a la muerte, el miedo a reconocerse frágil, pobre y finito le encamina irreversiblemente a un sufrimiento estéril o una huida a refugiarse en numerosos dioses de cartón piedra, hechos a medida de esta insatisfacción. Todos buscamos una existencia plena y eterna, donde el ser humano alcance su plena libertad… ¿dónde encontrarla? ¿quién la puede hacer posible?
“Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»” (Juan, 11 -25-26) III