Ha subido la electricidad, el agua, la gasolina, el diesel, el butano…. pero también la cesta de la compra (el aceite, los huevos, la carne, y un largo etcétera).
Con el incremento del IPC entorno al 10% es más que probable que el precio del dinero también suba, lo que afectaría a los millones de hipotecados que hay en nuestro país. A esto, hay que sumarle la política de impuestos altos que tanto por el gobierno de Pedro Sánchez, como por el de la Generalitat de Cataluña han implantado, lo que hace poco atractivo generar nuevas inversiones y que crezcan las empresas.
En este contexto, va a ser muy difícil crear empleo de calidad en todo el país y en especial, en nuestra comarca. De hecho, la fuga de empresas como ha sido el caso de Nissan, y la falta de generar alternativas no es un tema baladí. Todo lo contrario.
Barcelona ha dejado de ser un foco internacional de oportunidades. De hecho son muchos los ejemplos de proyectos que se han perdido y se han marchado a otras grandes urbes. El doble infierno fiscal que vivimos los barceloneses, con casi una veintena de impuestos autonómicos, más los impuestos del Àrea Metropolitana y los municipios, alejan a cualquiera que quiera traer aquí un proyecto.
Es por ello, que la clave del presente y del futuro estriba en que se impulse una nueva política fiscal, como propone Alberto Nuñez Feijoo. Una rebaja de impuestos que devuelva a los ciudadanos y a las empresas el incremento de recaudación que está teniendo el Estado y las Comunidades Autónomas, y que permita ser un estimulo al gasto privado y la generación de actividad y riqueza.
Con impuestos bajos, las familias tendrán más dinero disponible y aumentará el consumo, lo que conlleva a la postre una mayor recaudación que con impuestos elevados. Por eso, impuestos bajos es un tema de justicia social, pero también es la palanca de cambio para crear riqueza y más empleo.