En función de las ciudades, entre el 20% y el 25% de los encuestados se sienten inseguros en sus localidades de residencia. Hay situaciones (como el reciente robo de una cartera a un bañista en una vecina playa de Barcelona retrasmitido en directo por televisión) que no hacen sino alimentar el fantasma de que los malos de la película campan a sus anchas sin que ni los buenos ni el sheriff, como en las viejas películas del ‘far west’, hagan demasiado por impedirlo. Fenómenos al alza como la okupación de viviendas, los tirones y hurtos -de relojes o móviles- aprovechando el mínimo descuido de la víctima más propiciatoria, no hacen sino acrecentar la sensación de impunidad con la que actúan algunos tipos de delincuentes.
El miedo es libre y su hermana menor, la sensación de inseguridad (completamente subjetiva) no lo es menos. Los vecinos más sensibles a esta percepción se quejan de falta de efectivos policiales allí donde se les necesita, de la pasividad con la que actúan los agentes en determinadas circunstancias o del tiempo de respuesta de las patrullas. Son denuncias reiteradas y cíclicas a las que no siempre es fácil dar respuesta, bien porque se carece de los medios económicos para aumentar las plantillas policiales (algo inherente a más de un municipio), bien porque la sensación de inseguridad que se plantea, en realidad, está infundada.
Los municipios metropolitanos se esfuerzan en que esa percepción rayana en la desconfianza desaparezca de la mente de los vecinos y están ideando medidas que van desde acercar los agentes policiales a la ciudadanía -con la policía de proximidad recién estrenada en Esplugues y que funciona con éxito desde hace años en L’Hospitalet- o incorporando perros adiestrados a las tareas de control, como se hace desde hace solo unas semanas en El Prat.
Hay ciudades que han dado un paso más allá y han creado cuerpos de seguridad ‘parapoliciales’ propios (más parecidos a vigilantes jurados que a agentes con placa) que patrullan las calles -especialmente de noche- para que su presencia disuada a los posibles delincuentes de cometer fechorías y dispare la sensación de seguridad del vecindario. Esta es la iniciativa que se ha implantado con éxito en Cornellà -que ha desempolvado una versión 2.0 de los entrañables serenos del final del franquismo- o de Sant Joan Despí, que dispone de su propia policía cívica para garantizar la buena convivencia. Estas patrullas de vigilancia nocturna, en ningún caso compiten ni invaden competencias de los agentes ‘de verdad’, como se esfuerzan en repetir los alcaldes que las dirigen. Y apuntan a buena solución.
Antonio Balmón, alcalde de Cornellà y vicepresidente ejecutivo del Área Metropolitana de Barcelona (AMB), defiende una mayor coordinación de las policías locales de toda la metrópoli, basada en la implantación y el aprovechamiento de las nuevas tecnologías, como una fórmula válida para aumentar la seguridad ciudadana. Vista desde fuera esta fórmula parecía apuntar a creación de un cuerpo policial metropolitano imposible sobre el papel, porque carecería de competencias, como el propio Balmón aclara.
Todas estas iniciativas cuantitativas que ‘al peso’ parecen altamente resolutivas contra el delito, si se contemplan al trasluz dejan entrever algunas fisuras, porque empujan el modelo hacía una, quizás, excesiva atomización de la policía -Mossos d’Esquadra, guardias civiles, policiales locales y municipales, Guardia Urbana, policías nacionales, agentes cívicos, serenos- y eso también conlleva desatinos, Como la irracional duplicidad de efectivos para un mismo fin, la mala competitividad (y malos rollos) entre cuerpos, que han dado al traste con investigaciones o han impedido la correcta resolución de un caso (uno de los más flagrantes, y recientemente llevado a las plataformas de streaming, la errónea imputación de Dolores Vázquez como responsable del asesinato de Rocío Wanninkhof).
En definitiva, cualquier propuesta es buena si los resultados acompañan y también lo son. Debatir sobre un hipotético modelo policial metropolitano -si difiere del genérico- quizás sea abrir un improductivo melón a destiempo. Pero nunca está de más una reflexión serena sobre lo que tenemos, lo que necesitamos y cómo se podría mejorar, policialmente hablando. Que se hayan centralizado todas las llamadas de emergencia en el 112 o la aplicación M7 de cooperación policial son pasos en la buena dirección.