“Aquellas pequeñas cosas”, como cantó hace más de medio siglo Joan Manuel Serrat, que duermen el sueño de los justos en los rincones más recónditos de la casa: en un cajón, en el fondo de una alacena o en un desván puede que, en realidad, no sean solo retazos del pasado. Puede que, tal vez, esos objetos de otro tiempo a los que no damos importancia constituyan una pequeña joya. Un tesoro. Y como tales deberían sacar pecho en un museo.
Con esta particular filosofía como punto de partida, la sala de exposiciones de la Torré del Baró de Viladecans acoge desde mediados del mes pasado (y hasta el próximo 28 de noviembre) “Descobrir el Museu de Viladecans”, una singular muestra que recopila parte de los vestigios arqueológicos más valiosos de la ciudad (como los colmillos de mamuts prehistóricos o la singular terracota medieval encontrada en la ermita de Sales, que en realidad es un retrato) y los sitúa al lado de objetos cotidianos que hace unas décadas nos parecían perfectamente desechables y ahora son reliquias dignas de exponerse al público, para sorpresa de los visitantes de la Torre del Baró.
Y es que la historia también la escribe la cotidianeidad, la que, cuando se trata con mimo, también tiene cabida en una vitrina. “Hay muchos objetos que guardamos en casa a los que no les damos valor pero que en manos de un museo (el de Viladecans, en este caso) pueden servir para ilustrar nuestra propia historia, que es tan reciente que no nos parece que sea historia, pero lo es”, asegura Luis Miguel Narbona, comisario de la exposición y técnico del museo local.
Utensilios con nuevo lustre
Razón no le falta porque… ¿quién no recuerda haber tenido un móvil Nokia indestructible que solo servía para llamar por teléfono? ¿O haber utilizado una máquina de coser en casa? ¿o haber compartido una botella de gaseosa de litro de la marca “Familiar”, embotellada en Sant Boi? ¿Y quién no recuerda haberse deshecho de todos ellos convencido de que debían pasar a mejor vida y de que no servían absolutamente para nada? Pues craso error, porque esos mismos utensilios –o unos casi idénticos- lucen estos días con garbo y lustre en la sala de exposiciones de la viladecanense Torre del Baró.
La lista de piezas y objetos que “son merecedores de ocupar un espacio en una vitrina, porque una vez analizados y agrupados de la manera correcta nos abren los ojos hacia la Viladecans de otra época”, como reza en el díptico de la exposición, es interminable. Juguetes antiguos (como los Juegos Reunidos o los Comansi (“juguete completo, juguete Comansi” como repetían machaconamente los anuncios de televisión del último cuarto del siglo XX y que se fabricaban en Viladecans), aperos de labranza, radios, herramientas, cámaras ópticas, máquinas de escribir, gramolas, fotografías… Pero lamentablemente, nada procedente de la factoría Roca, uno de los puntales histórico-económicos del municipio, y tampoco hay mucho de helados Camy, la otra marca mítica local.
Primus, el primer vecino con nombre
Casi tan importante como las piezas con un pasado épico –como los restos de cerámica romana del taller del artesano Primus, el primer vecino de la ciudad con nombre propio- es el trabajo oculto tras la exposición: el backstage museístico, ese periplo por el que deben pasar los hallazgos hasta convertirse en auténticas piezas de museo. La segunda parte de ‘Descobrir el Museu de Viladecans’ va justamente de eso: de desnudar las entrañas del equipamiento y de invitar a los visitantes “a descubrir la faceta menos conocida del museo, la que queda detrás de las paredes de las salas de exposiciones”: un laberinto de cajas, lupas, pinceles, documentación e investigaciones.
El Museu de Viladecans aspira a crecer y ampliar su fondo de armario, pero para ello precisa de algo más que las excavaciones o las ruinas de otras centurias. Necesita de esos trozos y trazos de historia contemporánea que atesoran los vecinos: las donaciones de particulares. “Dependemos mucho de las donaciones de los vecinos, porque el museo de Viladecans todavía es humilde”, reconoce Narbona, lo que no le resta ambición.
Reapertura de Ca n’Amat
El comisario de la muestra comenta que muchos de los donantes “no son conscientes de la importancia de los objetos que están cediendo al museo”. Es lo mismo que le ocurre a muchos otros potenciales mecenas, que tienen en sus domicilios utensilios de antaño con vocación de vitrina, a los que han matado “el tiempo y la ausencia”, como a ‘Las Pequeñas Cosas’ de Serrat. Pero a diferencia de los vestigios del pasado glorioso del secreter del ‘noi’ del Poble Sec, a las nuevas incorporaciones se las podrá dotar de una nueva vida, a fuerza de hacerles un hueco en el viejo caserón de Ca n’Amat, en el centro del municipio, que reabrirá al público durante el 2023, recuperado y renovado tras el paréntesis de la pandemia, como nueva sede del museo que aspira a ganar en importancia.