La pandemia provocada por el Covid-19 ha cambiado por completo nuestros hábitos.Hemos aprendido que se puede teletrabajar desde casa sin problema, que podemos hornear nuestro propio pan casero, que sabemos cocinar más de lo que pensábamos y que consumir productos de proximidad es una opción viable, especialmente en aquellos momentos en los que el abastecimiento de alimentos estaba en peligro. Así fue como los ciudadanos del Área Metropolitana de Barcelona redescubrimos la existencia del Parc Agrari del Baix Llobregat.
Antes de convertirse en el cinturón industrial y de ciudades dormitorio de Barcelona, el Baix Llobregat ya acumulaba una larga tradición agrícola. De hecho, antes de que la industrialización dominase la comarca, el territorio ya era una zona en la que se generaba una gran exportación de frutas y verduras hacia otros países europeos, sobre todo a partir de 1890.
En 1996, la Diputació de Barcelona, el Consell Comarcal del Baix Llobregat y la Unió de Pagesos de Catalunya vieron una oportunidad de unificar sus propuestas y crear un boceto de parque agrario en las zonas del delta y del valle bajo del Llobregat. Para ello, se acogieron al proyecto Life de la Unión Europea.
Así, el 26 de junio de 1998 se constituyó el Consorcio del Parc Agrari del Baix Llobregat, formado por las tres entidades nombradas anteriormente, junto con el Área Metropolitana de Barcelona (AMB), la Generalitat y los ayuntamientos de las 14 localidades que abarca la zona agrícola: Castelldefels, Cornellà, Gavà, Hospitalet, Molins de Rei, El Papiol, El Prat, Sant Boi, Sant Feliu, Sant Joan Despí, Sant Vicenç dels Horts, Santa Coloma de Cervellò y Viladecans.
¿Nuestro ritmo de vida afecta al modo que tenemos de comprar y consumir? Parece ser que sí. “Por el tipo de sociedad en qué vivimos, si quieres alimentarte, te ves obligado a ir a un supermercado, donde encuentras de todo”, explica Mariano Martínez, director de la Asociación de Gastronomía i Turismo del Baix Llobregat (AGTBLL), que añade: “Nuestros hábitos nos afectan a la hora de consumir más o menos productos locales”.
Hoy en día, disponemos de poco tiempo para cuidar lo que comemos. Tenemos jornadas de trabajo con horarios que se alargan, debemos ir al gimnasio para estar en forma y dedicamos demasiado tiempo a cosas menos importantes, como las redes sociales. “Parece que el acto de poder ir a un campesino a comprar productos ya no existe. Todo lo contrario, no ha dejado de existir, pero nos han puesto tan fácil ir a un supermercado y comprarlo allí todo, que nos cuesta mucho movernos para ir en especial a buscar unos tomates, unos huevos o unas habas”, se queja Alberto Alguacil, propietario del restaurante Can Martí, en Viladecans.
Para Mauri Bosch, campesino y gestor del proyecto Cal Xim Xim, en Viladecans, los hábitos de consumo no han cambiado demasiado últimamente: “Para nosotros, que cultivamos en el Baix Llobregat, al lado de la gran ciudad, debería ser más fácil, porque hay unos cuatro millones de habitantes en un perímetro de unos 20 kilómetros. Pero vas al ‘súper’ y no ves nuestro producto, porque visualmente, no es perfecto”.
Pero, a pesar de todo esto, todo apunta a que se está produciendo un cambio de paradigma. Por un lado, están floreciendo cada vez más las agrotiendas en diferentes ciudades del Baix Llobregat, tal y como explica Mariano Martínez: “En Gavà y en El Prat ha habido un salto cualitativo. Hace seis años, en El Prat había solo dos agrotiendas. Ahora hay alrededor de nueve. Esto se produce porque hay una mayor demanda de la población”.
Por otro lado, también está comenzando a generalizarse que campesinos, restauradores, comercios locales y ayuntamientos se organicen mediante proyectos para poner en relieve la producción de hortalizas y otros alimentos de proximidad, como la Feria Pota Blava, las Jornadas Gastronómicas del Prat o L’Hospitalet Experience.
La finalidad de esta dinámica no es solo promocionar la alcachofa del Prat, el gallo Pota Blava o el espárrago de Gavà, entre otros productos, sino aprovechar la tesitura para darle un impulso a los restauradores y comercios locales. “Un 35 o 40% de las personas que vienen a estas actividades son de fuera de la ciudad”, señala Mariano Martínez, que explica que desde la AGTBLL intentan que “las actividades sean muy transversales, no solo para que vengan al Baix Llobregat a comer, sino para que disfruten del territorio y compren en los comercios locales”.
Aunque, para Mauri Bosch se necesitan medidas mucho más profundas para impulsar el producto de proximidad. “A veces, las instituciones creen que con un poco de marketing es suficiente, pero nosotros necesitamos medidas que nos permitan ser más productivos y trabajar mejor”, pide. Además, se pregunta: “¿De qué sirve hacer un discurso de compra de proximidad si nuestro producto tiene peores condiciones visuales porque nos encontramos con más problemas durante la producción?”.
A pesar de todo, el producto de kilómetro 0 ha llegado para quedarse, más o menos, y esto no solo puede ser beneficioso para los trabajadores del campo, sino también para los comercios locales. “Haciendo cosas en tu barrio o ciudad, con estas dinámicas, puedes crear una comunidad mejor y más sana”, sentencia Mariano Martínez.
El cierre de fronteras durante el confinamiento y la dificultad para la circulación de mercancías, sumado al furor de la población por aprovisionarse ante el cierre, trajeron de cabeza a los supermercados, que se encontraron con algunos problemas de abastecimiento. En ese momento, parte de la población tomó conciencia de que también se podía acceder a productos frescos sin necesidad de pasar por una gran superficie.
Los campesinos del Baix Llobregat, ante el gran aumento de la demanda, tuvieron que organizarse y cambiar ciertas formas de trabajar. “Durante la pandemia, cuando en los lineales del supermercado escaseaba el producto fresco, nos empezaron a buscar”, cuenta Mauri Bosch. “Parece que solo seamos competitivos cuando hay una crisis alimentaria y no se encuentran productos frescos en otro sitio”, lamenta.
Por un lado, aquellos agricultores que no estaban tan diversificados tuvieron que darle un giro a su producción, ya que la población no solo pedía las hortalizas típicas de la zona, como pueden ser la alcachofa o los espárragos, sino que también quería disponer de variedad.
“Una cosa que visibilizó la Covid-19 es que los productores no podían solo centrarse en un tipo de plantación. Durante la pandemia, sobre todo los primeros meses, la gente pedía cosas básicas, un poco de todo” explica el responsable de la AGTBLL.
Por otro lado, los campesinos se vieron obligados a cambiar el sistema de distribución de sus productos. Con el confinamiento, la mayoría de ciudadanos no podían acercarse a la huerta a comprar frutas y verduras, por lo que tuvieron que reinventarse y comenzar a entregar los pedidos a domicilio.
En este sentido, por parte del Parc Agrari se puso en marcha la iniciativa “T’ho portem a casa”, en la que alrededor de una veintena de agrotiendas del Baix Llobregat implementaron un sistema para que sus clientes pudiesen recibir su compra de fruta y verdura cómodamente en casa.
Bosch explica que, en el confinamiento, se unieron a la idea de hacer venta on line de frutas y hortalizas y, aunque al principio les fue muy bien, con la vuelta a la normalidad volvió a decaer la clientela. “Teníamos entre 100 y 150 clientes a la semana en época de pandemia y, hoy, se han quedado en cinco o seis. ¿Dónde están ahora?”, lamenta. “Con la llegada de la normalidad, algunas de estas dinámicas se han perdido, pero ha quedado un poso importante de todo aquello”, sentencia Mariano Martínez.
“Mientras la sociedad no esté dispuesta a entender que los campesinos somos un activo medioambiental y que hay que comprar productos de proximidad, aunque tengan imperfecciones visuales y sean más caros por los sobrecostes que tenemos añadidos. Hay compradores comprometidos con esta filosofía, pero son una minoría”, reflexiona Mauri Bosch.
El pulso entre ecología y precios
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Estamos acostumbrados a que los supermercados suban el precio de todos aquellos productos que señalan como si fuesen de proximidad y ecológicos, pero ¿realmente esta percepción está justificada? ¿Es real? “Si compras, por ejemplo, alcachofa en su temporada, el precio no es alto, sobre todo en enero, febrero y marzo”, explica el responsable de AGTBLL, que añade: “Muchas veces se vincula el producto local y ecológico a que sea más caro y no digo que no sea así a veces, pero no lo es siempre”.
Por su parte, Alberto Alguacil, del restaurante Can Martí, señala que el coste sí es más elevado: “Tú vas a una gran superficie y, con las cantidades que compran, pueden jugar mucho más con los precios que los campesinos”. Aunque, por otro lado, explica que este sobrecoste vale la pena por su calidad y su valor añadido. “No es que sea más caro, es que es mejor”, sentencia.
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