¿Qué les ofrecemos a los jóvenes?

Los devastadores incendios forestales, los asesinatos de la enfermera británica o el hijo del actor en Tailandia, las noticias de índole político, las guerras vergonzosas que persisten y las muertes continuas de subsaharianos que claman justicia en las conciencias de muchos, no así de los políticos, han copado muchas horas de programación mediática. Creo que durante este mes de agosto ha habido un acontecimiento que merece la pena ser destacado, en bien de la salud mental de la sociedad, abocada al pesimismo estructural que se fomenta.

Durante el mes de agosto (del 1 al 9) se realizó la jornada mundial de la juventud. Una convocatoria que el Papa tiene interés de ofrecer en diferentes lugares del mundo. Este año fue en Lisboa y contó con la presencia de 1.500,000 de jóvenes de todo el mundo. Fui testigo presencial y os puedo asegurar que estos jóvenes fueron con ánimo de compartir unos días de formación y convivencia, con un interés manifiesto de que Jesucristo guiará su camino vital. El Santo Padre les anunció una predicación basada en la fuerza del Evangelio en la actual sociedad, les propuso aprender a escuchar lo que Dios (la historia personal) les propone, a decir “sí” a Jesús en la vida personal, y eclesial. Ellos ya deben tomar su protagonismo en esta sociedad, condicionada por fraudulentas invitaciones a la felicidad, les propuso que en Jesucristo y su Evangelio (Buena noticia) no hay miedo. Y sin miedo se experimenta la auténtica dimensión de la libertad humana: EL AMOR.

Un acontecimiento como el vivido debería levantarnos el ánimo, a creyentes o no. La juventud también busca respuestas inequívocas, basadas en la Verdad que todo lo sustenta y no en las verdades interesadas e ideológicas.

Su comportamiento ha sido destacado por las autoridades lusas, ni borracheras, ni incendio de containers, ni violencia callejera, etc. En fin, unos jóvenes que abren una esperanzadora perspectiva de futuro. Mediáticamente se destacan los conciertos veraniegos con unas decenas de miles de participantes.

Los padres son los primeros responsables de la transmisión de valores a sus hijos, no el Estado. En la fe, los hijos aprenden, viendo y escuchando, lo que realmente perdura en el tiempo, sin ser modas o ideologías oportunistas e impuestas por obscuros intereses. III