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Capítulo 2 - Posibilidades de cambio social - Jirones de la Transición, de Javier Pérez Llorca

Por X. Pérez Llorca
miércoles 17 de julio de 2024, 17:14h
El capitalismo ha venido a encontrar en los movimientos culturales, artísticos y musicales que se han producido en los últimos veinte años, un mercado específico donde encajar una serie de bienes de producción, incluso un mercado en el que se pueda controlar la intensidad de la demanda. La juventud, como sector social, no es ajena a esta dinámica. La asimilación por parte del sistema de tales movimientos, no la ha podido realizar sin que se vieran afectados los valores culturales dominantes; es decir, si bien es cierto que a causa del desarrollo de las fuerzas de producción el sistema favorece la aparición de determinados usos como la pornografía, por ejemplo, esto supone una contradicción con su propio sistema de valores que se nos presenta como algo obsoleto(1).

Vincent nos refiere que: "Incluso la juventud, por excéntrica o contestataria que sean sus necesidades o su modo de vida, es absorbida por el aparato de producción y lleva agua al molino del crecimiento. La juventud constituye un mercado y, en tanto que tal, entra en la lógica del sistema".

Es el desequilibrio intrínseco del sistema de producción capitalista, sumado a la disonancia actual entre modelo cultural-sistema de producción, lo que produce la "crisis de valores".

Cabría pensar que es a las fuerzas progresistas a quien corresponden reflejar en la sociedad una escala de valores alternativa. Sin embargo, la realidad nos demuestra hasta qué punto esto resulta difícil. El consumo, como filosofía de la vida, viene a ser la droga que todos repudiamos pero de la que dependemos.

Hablar de las posibilidades de un cambio social en esta situación requiere resolver la crisis de valores que vivimos. La lucha ideológica y cultural ha de ocupar hoy un primer plano en la estrategia por la transformación social. El Mayo francés, como Cohn Bendit nos decía, vino a derrumbar el mito de que nada podía hacerse contra el régimen. Hoy, en Occidente, estamos necesitados de demostrar que todos y cada uno de nosotros podemos vivir sin "consumir de más".

Hablar del cambio social requiere abordar el tema de la oposición de intereses entre países "industrializados" y "subdesarrollados". Las exigencias que crea la economía de mercado determinan el comportamiento de las fuerzas productivas a nivel internacional. El enfrentamiento entre las dos grandes potencias tiene su traducción en la lucha por asegurarse áreas de influencia, no ya como apoyo político o estratégico, sino como mercados en los que introducir su tecnología y bienes de producción.

El distinto desarrollo de las fuerzas de producción entre ambos bloques de países, industrializados y no industrializados, configura en cada caso modelos culturales bien diferenciados. La "crisis de civilización" que se vive en Occidente poco tiene que ver con la lucha por la supervivencia diaria del "tercer mundo".

En la actual crisis económica, agudizada por el alza de los costes de producción y el petróleo, los países industrializados se disputan las posiciones de privilegio frente a los países subdesarrollados productores de petróleo. Resulta llamativo hasta qué punto los estados occidentales tienen asumido "su derecho a controlar la producción petrolífera". El hecho de que el petróleo sea la fuente energética sobre la que se fundamenta nuestro sistema económico parece ser suficiente para que "el occidente del mercado libre" se escandalice ante la política de precios de la OPEP o se sienta legitimado para intervenir en defensa de sus intereses económicos, ante un conflicto como el irano-iraquí.

Los objetivos estratégicos de la URSS y de los EEUU ofrecen pocas diferencias. Incrementar la producción y asignar parte del excedente económico a la acumulación de capital y perfeccionar la tecnología, son elementos necesarios para el progresivo desarrollo industrial que, a fin de cuentas, es el determinante de la influencia política de cada estado. Estas necesidades de los procesos de industrialización son lo mismo en una economía de mercado o en un sistema de capitalismo de estado.

En la línea de estos razonamientos, es significativa la opinión de Erich Fromm cuando dice: "A pesar de las diferencias sociales y políticas entre los países capitalistas y la comunista Unión Soviética, la forma de pensar y de sentir de sus élites respectivas es similar dado que también lo es su modo de producción básico"(2).

Hablar de transformación social requiere que diferenciemos entre sociedades industrializadas y no industrializadas.

En la actualidad, el carácter privado o colectivo en la propiedad de los medios de producción no es el único elemento por considerar cuando se habla de cambio social. En las sociedades fuertemente industrializadas, la liberación popular no solo precisa de la apropiación colectiva de los medios de producción, sino que además requiere una nueva concepción en los ritmos de producción y en la orientación del desarrollo industrial. Ni qué decir tiene que esta necesidad de liberación frente al sistema se muestra en toda su intensidad en los países con regímenes comunistas, en los que se ha producido la "estatalización" -en la titularidad y gestión- de los medios de producción. Muestra palpable de ello es el movimiento huelguístico de Polonia con el que se han evidenciado las contradicciones del sistema comunista: las reivindicaciones laborales de los trabajadores chocan con los intereses y las decisiones del "patrón-estado".

Muchas de las transformaciones a realizar en los países industrializados, independientemente de su pertenencia a la órbita capitalista o comunista, son objetivo común de los sectores progresistas de dichos países.

Las dificultades que encontramos en las sociedades industrializadas al intentar "cambiar la vida" de los ciudadanos nacen de la capacidad de control sobre la vida social que el sistema establecido ha llegado a alcanzar.

Las grandes potencias, poniendo a su servicio la ciencia y la técnica, han hecho posible la monstruosidad de que hoy se pueda hablar del "progreso como medio de agresión". En la alucinante carrera de armamentos, el avance de la tecnología de uno de los bloques enfrentados viene a reforzar su capacidad ofensiva.

Como consecuencia de esta carrera desenfrenada por acumular poder ofensivo, el riesgo de sufrir una Tercera Guerra Mundial se presenta como la gran amenaza que pende sobre nosotros. Riesgo cierto, a la par que argumento de persuasión psicológica, que cada una de las potencias utiliza para defender ante sus ciudadanos la conveniencia de potenciar su "capacidad ofensiva".

Erich Fromm mantenía la siguiente opinión de cariz poco optimista: "Vemos que las élites de los dos grandes bloques se encaminan hacia una colisión y que es muy difícil llegar a un acuerdo que asegure la paz. Es indudable que la guerra nuclear significaría la muerte de la mayoría de los miembros de las élites y de sus familias, así como la destrucción de la mayoría de sus organizaciones. Si solo estuviesen impulsados por el afán de dinero y de poder, sería incomprensible que esta ansia no se inclinase delante del miedo ante la muerte, exceptuando aquellos casos de individuos particularmente neuróticos. La cuestión radica en la dificultad de modificar su punto de vista. Para ellos, su punto de vista es el más racional, decente y honorable. No pueden hacer nada por impedir que el holocausto nuclear lo destruya todo porque no hay ninguna acción posible fuera de la "razón", la "decencia" y el "honor"(3).

La tendencia al descenso del poder adquisitivo producida por la crisis económica, sumado a la tensión internacional, ha fortalecido el "espíritu conservador" de la población que busca ante todo seguridad laboral, seguridad ciudadana, seguridad ante un posible conflicto.

La sensación de indefensión favorece la apatía individual y las actitudes autoritarias del régimen establecido. Bernard Vincent comenta al respecto: "La apatía de los individuos engendra la apatía de las masas, la apatía de las masas agrava la de los individuos y, dado que la naturaleza tiene horror al vacío, la indiferencia general crea las condiciones objetivas y subjetivas para que se instale un poder totalitario. A medida que la libertad, que tanto ha costado, ve disminuir a su alrededor el número de sus vigilantes guardianes, la democracia tiende de modo paralelo a vaciarse de contenido y a perder su fuerza para ya no ser, según se trate del punto de vista del pueblo o de quienes lo dirigen, más que un fantoche, un mito vacío o la pantalla tras la cual se escuda la tiranía. Pero, poco habituado a practicar la libertad, el pueblo ya ni siquiera reconoce a sus tiranos, al contrario, y para su desgracia, se reconoce en ellos"(4).

Como decía en páginas anteriores, la lucha por la transformación social ha de pasar en las presentes condiciones por el terreno de la lucha ideológica y cultural: superar la apatía individual, encontrar una nueva ética para el uso de la ciencia y la técnica: Este podría ser el camino de la transformación social.

Es a través de este proceso que favorezca la liberación del sistema que la juventud pueda identificarse con una alternativa de cambio.

Paralelamente a estas situaciones propias de los países industrializados, los países del tercer mundo viven una realidad bien distinta: economía basada en la producción de materias primas, dependencia exterior en cuanto a la tecnología y toda clase de productos manufacturados. Sus regímenes políticos a menudo son sistemas oprobiosos, títeres de las grandes potencias que favorecen el "colonialismo económico" que la potencia, en cuestión, ejerce. En estas situaciones la lucha por la supervivencia física de los habitantes resulta la primera reivindicación a plantear. De esta forma se entiende la actitud militante y combativa de los sectores progresistas de estos estados. La decisión de los jóvenes latinoamericanos de encuadrarse en la lucha guerrillera se ha de entender tomando como punto de referencia la secular miseria y explotación de la que son objeto. Para los habitantes del tercer mundo, las contradicciones que vivimos en los países industrializados -consumismo, apatía, "crisis de civilización"- a buen seguro les ha de parecer una resaca producida por champagne, cuando ellos están luchando por conseguir el agua que calme su sed.


(1) Estas ideas se desarrollarán más ampliamente en el capítulo "Juventud y modelo cultural".
(2) Erich Fromm, página 123: Marx y Freud, Ediciones 62.
(3) Erich Fromm, Ediciones 62, Marx i Freud.
(4) Bernard Vincent. Editorial Kairos.


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