En España, el plan de estabilización del 54 abrió el camino a la industrialización del Estado, industrialización que se realizó en base a bajos salarios, control de la clase obrera por el régimen, emigración hacia el resto de los países europeos y proteccionismo oficial. De esta forma, casi treinta años después podemos hablar de que la España de hoy está fundamentalmente integrada en la civilización occidental, es decir, nuestro sistema de producción, las contradicciones que vive la población dentro del sistema, son básicamente coincidentes con la realidad europea.
Para ser más precisos en el análisis de nuestra situación, conviene tener bien presente cuál ha sido nuestro pasado inmediato; a fin de cuentas las luchas populares contra el régimen anterior y el "reajuste" en la estructura política del Estado Español son elementos vitales para entender la actitud actual del pueblo español ante el cambio social. Las décadas de los 60 y 70 en España no podían por más que quedar marcadas por la dictadura franquista; de esta forma, las luchas por la transformación social adoptaron caminos distintos en España y en el resto de Europa. Para los españoles que sufríamos el oprobioso régimen del general Franco, la "democracia dictatorial de Degaulle" era, por ejemplo, un estadio político superior al nuestro.
En España, la crisis del sistema, en lo que hace referencia a la actitud de la población, no se refleja solamente en la mera indefensión ante lo establecido o en la falta de un modelo cultural alternativo; la población se encuentra desconcertada ante un sistema político, la democracia, anhelado largo tiempo como la solución a los desmanes franquistas. El nuevo régimen no ha sido capaz de colmar las esperanzas puestas en él por la población. ¿Por qué?
La respuesta a esta pregunta hemos de buscarla, a mi entender, en cuatro puntos principales:
- La sublimación de la democracia. Intentando denunciar la ineficacia y la arbitrariedad de las estructuras político-administrativas de la dictadura franquista, a menudo, los sectores progresistas magnificaron las posibilidades reales de los regímenes democráticos. Esto contribuyó a crear en la población la idea de que con la llegada de la democracia todos los problemas estarían resueltos.
- La crisis económica: La coincidencia en el tiempo del inicio de la transición política, a la par que sufríamos los efectos de la crisis, ha venido a aumentar las dificultades con las que se ha de enfrentar el régimen democrático.
- Franco como objetivo: Las luchas por derribar el régimen se concretaron en una consigna: "acabar con Franco". Este era el objetivo de todas las fuerzas progresistas, objetivo común que orillaba las diferencias entre los diferentes grupos. Con el inicio de la reforma política, tras los distintos análisis de la situación, las fuerzas progresistas mantendrán posturas diferenciadas entre sí. Con la llegada de la democracia, la población ha de comprender una práctica que hasta ahora no conocía: aceptar que la diversidad de opiniones no es ningún signo de "decadencia ni de debilidad", al contrario, es una práctica enriquecedora.
- La hegemonía de la derecha: El hecho de que el proceso de transición política haya sido hegemonizado por los sectores sociales dominantes en el antiguo régimen ha significado un freno importante a los deseos populares de democratización. Las fuerzas de izquierda -los socialistas, fundamentalmente- han forzado la elaboración de una constitución democrática, obligando a las fuerzas continuistas a abandonar su idea inicial de ir hacia una serie de reformas que perpetuasen, ya sin Franco, la dictadura. Este proceso no se ha realizado sin fuertes costes para las fuerzas progresistas. La necesaria política de "consensus", con la cual logramos la elaboración de la Constitución que asegura las libertades democráticas y la falta de pedagogía de las fuerzas de izquierda para explicar este proceso ha supuesto pérdida de apoyo popular.
En los cuatro años transcurridos desde las elecciones del 77, la UCD, aún con todas sus contradicciones, se ha consolidado como la expresión política de los sectores dominantes de la sociedad española.
Pensar que las fuerzas de la derecha de este país representan una derecha "democrática de siempre" que nada tiene que ver con el régimen anterior, sería engañarnos. Como ejemplo, baste observar la reacción de la CEOE ante la crítica a su programa realizada por el Equipo de Coyuntura Económica, dirigido por Lagares Calvo; la intolerante respuesta de José María Cuevas -Secretario General y vicepresidente de la CEOE- evidencian una incapacidad de aceptar un diálogo en materia de política económica, aunque este se realice sin apartarse de los principios más ortodoxos de la economía de mercado.
La diferenciación de posturas de la derecha española pasa por señalar una tendencia progresista, dispuesta a modernizar el sistema productivo español, y otra "inmovilista" que hegemoniza la derecha y las relaciones sociales en la España de hoy, que intenta seguir obteniendo del estado condiciones económicas privilegiadas.
La construcción del Estado democrático es una tarea compleja que se va concretando como la resultante del enfrentamiento dialéctico entre las fuerzas sociales continuistas y las progresistas. Ante este proceso de forcejeo político, la población se confunde, no entiende por qué de repente todos están de acuerdo sobre algo que no satisface a casi nadie, no entiende que a la izquierda le haya faltado pedagogía para explicar a la ciudadanía la necesidad de este proceso.
Las dificultades que aún hemos de afrontar son muchas y pueden ser nuevas causas de desánimo entre los ciudadanos. Estructurar las autonomías está suponiendo arrancar unas tras otras las competencias para cada comunidad autónoma. Es indudable que esta dinámica genera frustraciones entre la población, es como si el gobierno no quisiera darse cuenta del desatino que supone truncar la esperanza de un pueblo, como ocurrió en Andalucía el 25 de febrero. En definitiva, un país sin esperanza y sin confianza en las estructuras del Estado democrático es un país sin futuro para la democracia.
Pienso que las ideas del cambio social en la España de los 80 han de pasar necesariamente por crear una nueva conciencia entre la población. Nueva conciencia que no ha de ser otra que la de hacer suya la democracia. Solo si conseguimos la participación de los sectores populares en la vida social, estaremos en condiciones de que se produzca la transformación efectiva de las estructuras políticas.
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