Las guerras son la expresión más sangrante del fracaso de nuestra sociedad. Cada bando argumenta su posicionamiento y defiende sus verdades con el ánimo de autoconvencerse.
Muchas reuniones en los foros internacionales, muchos tertulianos especulando desde su propia ideología, muchas campañas de desinformación, posicionándose entre buenos y malos, etc.
Mientras tanto, van muriendo personas, van destruyendo familias, van incrementando el odio y el resentimiento, siendo nuestros políticos incapaces de construir una paz duradera y justa. Los grandes discursos y las grandes aportaciones armamentísticas son la única propuesta que se ofrece. Siempre me he negado aceptar la perspectiva del “muy bueno y del muy malo”. ¡¡¡Basta ya!!! a que desde despachos confortables y sueldos hirientes se presupueste con la vida humana como si fueran meras cifras estadísticas.
Todos, de una forma u otra, somos víctimas del permanente conflicto que arrastramos en todos los ámbitos de la sociedad, desde la política hasta la violencia en la calle, desde las guerras hasta la pobreza excluyente, desde los millones de seres humanos que no les dejamos nacer hasta las leyes que potencian la reducción de natalidad o la eutanasia como derecho progresista. Podemos ser víctimas desde la complicidad hasta la indiferencia ante semejantes barbaries.
Los seres humanos, y los políticos en particular somos unos grandes diagnosticadores de la realidad pero pésimos terapeutas para erradicar los problema; prevalecen el bienestar personal y la comodidad egoísta.
El problema central del hombre radica en el corazón y en las heridas sufridas a lo largo de su historia. Dicho de otra forma, el miedo a la muerte genera esta actitud defensiva y rebelde con aquello que no puede manipular. Sólo una experiencia de misericordia te permite liberarte de este ‘yugo’ insoportable. No hablo sólo de la muerte física, sino también de las muertes de cada día: incapacidad de amar y los miedos como compañera de camino.
¿Quién introduce en este debate dialéctico los ingredientes del perdón y la reconciliación? ¿Quién antepone la vida humana a la carrera o gasto militar? ¿Quién se atreve a romper las inercias del odio, de resentimiento y las heridas por algo que las pueda sanar? III
“Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. ” (Filipenses 4, 7)
“Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. ” (Juan 14, 27)