Uno de los problemas más graves que afectan a la sociedad actual es el elevado índice de desempleo juvenil. En 2023, la tasa de para entre los jóvenes de 16 y 24 años se situó en el 28,5%, lo que convierte al colectivo en el más afectado por la falta de puestos de trabajo.
Según la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE), la educación y la formación juegan un papel fundamental en esta situación. El 22,3% de las mujeres y el 15,1% de los hombres de todas las edades estudios básicos (hasta la ESO) están sin trabajo. El porcentaje de parados disminuye al 15,5% y el 11,3% respectivamente cuando se acredita formación profesional o bachillerato mientras que el menor porcentaje de desempleados (8,6% en mujeres y 6,1% en hombres) se registra entre los ciudadanos con estudios superiores.
La formación es la clave que puede asegurar un futuro a los jóvenes, pero una formación que tenga en cuenta las exigencias del mercado y las opciones de futuro. Y es que en España se produce la extenuante paradoja de que, mientras hay 2,5 millones de desempleados (un tercio de ellos menores de 30 años), las empresas de muhcios sectores no encuentran mano de obra cualificada y muchas vacantes se quedan sin cubrir. Los expertos atribuyen en buena parte este desfase entre oferta y demanda al continuo viraje de las leyes educativas, que ha dejado “a toda una generación sin la formación adecuada para el mercado laboral actual”.
Contradicción con las notas de corte
Según el último “Análisis de la Inserción laboral de los universitarios”, elaborado por la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) también existe una contradicción entre las notas de corte de algunas carreras (por su alta demanda) y su alarmante falta de salida laboral. De hecho, hay estudios superiores que conducen prácticamente de forma directa a la cola del paro.
Es el caso de las titulaciones del ámbito de las Ciencias Sociales y las Humanidades, en las que poco del 60% de los graduados encontrarán trabajo ‘de lo suyo’ y con nóminas la mayoría de las veces por debajo de los 1.500 euros mensuales. Es el caso de Filosofía, Historia e Historia del arte, Literatura, Bellas Artes, algunas lenguas modernas y aplicadas y –sorprendentemente- la Bioquímica y las Ciencias del Mar. Por el contrario, los estudiantes de carreras de Ingenierías (Electrónica, Aeronáutica, de Telecomunicaciones, de Informativa (desarrollo de software y apps e ingeniería multimedia y Nanotecnología), Podología, Odontología y Medicina tienen un índice de empleabilidad superior al 95% y acceden a salarios muy por encima de los 1.500 euros mensuales de promedio.
Nos encontramos en el inicio de un nuevo curso escolar. En muchos casos, los estudiantes se enfrentan a nuevos ciclos a los que se han matriculado después de un corto periodo de reflexión –apuntalado por la inmadurez y la incertidumbre características de la edad- tras tomar una decisión a la van a apostar su futuro con mayor o menor acierto. Ante tanto bombardeo de cifras y tanta incógnita, los padres tampoco saben qué recomendar a los hijos y a veces lo fían todo a la intuición o a la tradición. Llegados a este punto, como sociedad: ¿Estamos sabiendo orientar a nuestros hijos hacia el mejor futuro? ¿Los jóvenes reciben la orientación laboral necesaria e imprescindible antes de embarcarse en una aventura educativa que va a condicionar su vida? ¿Es mejor una carrera o un ciclo formativo? ¿Se escoge ser un ‘nini’? ¿Hay que elegir los estudios por vocación o en función de las posibilidades de garantizarse económicamente con ellos la subsistencia? El debate está servido. III