¿Qué pasará cuando me quede solo?
Nadie puede detener el paso del tiempo, que discurre de forma inexorable, lo que significa que todos envejecemos, unos más y otros menos.
Algunos tendrán (o tendremos) el privilegio de vivir muchos años. Llegar a centenario es algo que cada vez resulta más plausible, porque la esperanza de vida en España se sitúa ya en 83,77 años (86,34 años para las mujeres y 81,11 para los hombres), según el último estudio sobre Movimiento Natural de la Población / Indicadores Demográficos Básicos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Además, la cifra no deja de subir, a razón de casi seis meses entre 2023 y 2024, lo que viene siendo una constante desde 1975, con la única excepción del paréntesis del Covid-19. Hay quien asegura, como una investigación capitaneada por la Universidad de Washington (EEUU), que España será en 2040 el país del mundo con una mayor tasa de longevidad (por encima de los 85 años) superando a Japón, Suiza y Singapur, actuales líderes del ranking mundial. Es una buena noticia. Pero solo a medias, porque es cada vez más probable que quienes alcancen esas edades tan avanzadas lo hagan en la más absoluta de las soledades, que para nuestra desgracia, demasiadas veces se convierte en irreversible.
No son especulaciones gratuitas. Uno de cada cinco españoles con más de 75 años (un 20% del total del colectivo) vive en una situación de “soledad no deseada”, una desagradable circunstancia que se agrava en las grandes ciudades –lo que resulta aplicable a L’Hospitalet y el Baix Llobregat-, un hábitat donde una de cada cuatro personas mayores (el 25,1%) está irremediablemente sola, muy a su pesar, según el Barómetro de la soledad no deseada en España 2024, un estudio realizado por Fundación ONCE y Fundación AXA. Así que cada vez seremos más viejos, pero también es muy probable que cada vez estemos más solos. Las encuestas revelan que la percepción general es que la soledad no deseada es un problema social cada vez más importante y que preocupa a un mayor número de ciudadanos. No en vano más de la mitad de la población española (49,3%) sufre soledad no voluntaria en el presente o la ha sufrido en el pasado, según el informe de las fundaciones ONCE y AXA.
También existe un amplio consenso, casi unánime, en todo el país sobre la acuciante necesidad de que se refuercen las iniciativas dirigidas a combatir la soledad no deseada en todos los ámbitos, una cuestión que debería ser “prioritaria” para las administraciones públicas, pero que a la vez debe ser “una responsabilidad compartida por el conjunto de la sociedad”, como revela el propio Barómetro de la soledad no deseada, que apunta al voluntariado como una de las claves para reducir este abandono indeseado.
En este contexto resultan dignas del máximo elogio todas la iniciativas que desde el territorio se están llevando a cabo para mitigar los dolorosos efectos de esa soledad en las personas mayores, pero también en los más jóvenes —que se sienten abandonados en un mundo cada vez más virtual— como el programa de la Generalitat ‘Comunitats contra l’Aillament Social’(en el que participan L’Hospitalet, Vallirana, Molins de Rei, Sant Vicenç dels Horts, Sant Boi y Cornellà) o el proyecto Compartim Vides de Ciutat Cooperativa y Molí Nou y que se desarrollan en profundidad en el reportaje central de este número de El Llobregat. Y hay que aplaudir doblemente el vital papel que juegan los voluntarios, que con su esfuerzo están llevando algo de generosa luz a tantas vidas sumidas en la oscuridad más profunda.
Y aunque sea desde el egoísmo más recalcitrante, todos deberíamos tomar conciencia de que somos unos firmes candidatos a padecer este mal tan del siglo XXI aunque ahora, y desde la distancia temporal, no nos lo parezca. Es más, deberíamos anticiparnos y dar un paso al frente y comprometernos y que, en la medida de nuestras posibilidades, las personas mayores de nuestro entorno, nuestros familiares, vecinos y allegados, nunca sean prisioneros de los barrotes de la soledad no deseada. Porque nadie está a salvo de esta amenaza. Como sabiamente expone Carolina Olivero, voluntaria del programa Comunitats contra l’Aïllament Social en Cornellà, en estas páginas: “Puede que cuando yo sea mayor esté sola” y, llegado ese caso se pregunta de forma retórica “¿No me gustaría que alguien hablara, se preocupara por mí?”. La respuesta es, inequívocamente, sí. Para ella y para todos nosotros. Obremos en consecuencia. III