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Mucho que celebrar (pero queremos más): el impacto del metro en la cohesión social del territorio

Mucho que celebrar (pero queremos más): el impacto del metro en la cohesión social del territorio

domingo 09 de marzo de 2025, 10:58h
El metro es el medio de transporte urbano por antonomasia. Una ciudad no es una ciudad de verdad hasta que tiene metro.Barcelona ha sido históricamente una ciudad moderna, pero no fue una urbe cosmopolita con todas las letras hasta que el 30 de diciembre de 1924 el rey Alfonso XIII inauguró la primera línea del suburbano local entre las estaciones de Lesseps y Plaza Catalunya (en la actual L3). La capital catalana se sumaba así a la carrera por integrar el ferrocarril como transporte urbano de masas de la ciudad, siguiendo la estela de Londres (que abrió la primera línea de metro del mundo, el popular Tube, en 1863) y de Madrid, primera ciudad española con suburbano desde 1919. Se cumple un siglo de la efeméride.

Si Barcelona disparó su capitalidad con la llegada del suburbano, algo parecido empezó a ocurrir con su área metropolitana cuando los raíles de la antigua Línea Transversal (ahora denominada L1) traspasaron la frontera intangible de la Riera Blanca y conectaron con el barrio de Santa Eulàlia, en L’Hospitalet, el 1 de julio de 1932. La historia no se quedó ahí. La Línea V (denominada L5 desde 1982) llegó al barrio de Collblanc en 1969 (aunque entonces la estación se bautizó como San Ramón, en alusión al contiguo barrio barcelonés) y en 1975, la línea se alargó hasta Pubilla Cases. Un año después la Línea V del metro se plantó en Esplugues (estación de Maladeta, renombrada como Can Vidalet en 1982) y en el barrio de Sant Ildefons, en Cornellà, haciendo el metro mucho más metropolitano, con ese matiz de “supramunicipal” que su propio nombre indica.

Hubo que esperar casi una década que la L5 llegara en 1983 a la estación de Cornellà (ahora, Cornellà Centre) y al 21 de diciembre de ese año que para la L1 se prolongará hasta La Torrassa. Todavía se requirió un lustro más (1989) para que la misma línea abriera andenes en el barrio de Bellvitge y alcanzara la aún hoy estación término (Feixa Llarga, que desde 2003 se llama Hospital de Bellvitge). En 1987, la línea roja había llegado de una tacada a La Florida, Can Serra y las estaciones de Just Oliveras y Av. Carrilet, ambas en el Centre de L’Hospitalet.

No ha sido hasta bien entrado el siglo XXI cuando la red metropolitana ha dado su último arreón hacia el Baix Llobregat con la entrada en servicio de las líneas L9 (16 de febrero de 2016) y L10 (8 de septiembre de 2018), con estaciones en L’Hospitalet y El Prat, dónde está previsto que algún día también llegue la L1 desde el Hospital de Bellvitge. Asimismo, en 2016 se estrenó una nueva estación en la L5 (Ernest Lluch) encajada entre las paradas de Collblanc y Pubilla Casas.

Como reconoce el gerente de Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), Xavier Flores, en esta edición de El Llobregat, el metro es el rey de la movilidad (el año pasado se validaron 684 millones de viajes) y “uno de los mayores instrumentos de cohesión social” del territorio, porque concede a todo el mundo (que tenga una estación cerca, evidentemente) “la oportunidad de desplazarse, trabajar, estudiar o ir al médico” con un medio de transporte rápido, eficiente y económico.

Tener metro es un indicador de estatus municipal. “Que tu barrio tenga una parada hace que un piso o una propiedad valga más dinero”, reconoce Flores. Por eso no solo es lícito sino imprescindible reclamarlo si se carece. Como lleva años haciendo Esplugues a la que se le prometió una parada en la puerta del Ayuntamiento en los años 90. No se cumplío, pero que a cambio se recuperó el tranvía con la puesta de largo del Trambaix el 5 de abril de 2004). Aunque el sueño de que la L3 salte desde Zona Universitaria hasta el Hospital de Sant Joan de Déu y la plaza de Santa Magdalena puede hacerse realidad en esta década gracias al próximo traslado del Hospital Clínic a la Diagonal.

Al otro lado del río Llobregat, otros cuatro municipios -Castelldefels, Gavà, Viladecans y Sant Boi- acumulan décadas reclamando el metro del Delta, un nexo que los conecte con la trama del suburbano barcelonés y que todo apunta a que verá la luz como una nueva línea de Rodalies -explotada por Ferrocarrils de la Generalitat (FGC)-, aunque el proyecto no se ha acabado de perfilar. Mientras tanto, este 2025 toca brindar por el primer centenario del metro, con el programa de celebraciones “abierto y plural” organizado por TMB. La ocasión lo merece. Hay mucho que celebrar, porque el suburbano es nuestra gran columna vertebral. Esperemos que no haya que esperar otros 100 años para que las ciudades que reclaman unirse al club del metro -desde Esplugues a los municipios del Delta y otras- formen parte del entramado. Como se dice en el prefacio a la consagración eucarística: en verdad es justo y necesario. III

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