“A mí siempre me han llevado», asegura José Montilla (59 años). Primero Maite Benet, su primera mujer. Y a partir de 1995, Anna Hernández, su actual esposa. Lo dice porque no tiene carné de conducir, no por falta de decisión. O de seducción, tal puede ser el doble sentido de la frase. Porque este político nacido en Iznájar (Córdoba), el «charnego» convertido president en la Generalitat de Cataluña para desespero del nacionalismo más recalcitrante, arrastra fama de hombre gris, pero también de resultar atractivo para las mujeres. Tanto que le han atribuido un romance con su profesora de catalán, algo que no ha trascendido del terreno de la rumorología pero que como todo cotilleo, sobre todo si es político, se extiende como la espuma. Que se lo digan al presidente francés, François Hollande, que comparte con el expresident afiliación socialista y un look similar: estatura no demasiado elevada, gafas y poco pelo.
Ni uno ni otro cumplen con los cánones de belleza masculina. Ni tampoco tienen pinta de juerguistas. Ni poseen carisma. Y en lo que respecta a Montilla, su timidez y escasa dialéctica son proverbiales. Pero algo de tirón tiene este hijo de la inmigración, cuyos compañeros de partido le llamaban «guerri». De «guerrillero».
Gana en las distancias cortas
Quienes han trabajado con el “expresident” coinciden en desmentir esa imagen de «soso» que sus adversarios se empeñan en divulgar. Montilla, que ha cumplido en enero 59 años, gana en las distancias cortas, es atento con sus colaboradores y resolutivo en la toma de decisiones. Tiene fama de honesto. Y nada tan cierto como que el roce hace el cariño y el ex dirigente socialista, hoy senador, ha dedicado incalculables horas a aprender un idioma que una parte de la sociedad catalana siempre ha puesto como peaje para la integración. Él no ha dejado de estudiar catalán desde que conoció a su primera mujer, Maite Benet, con la que compartió un viaje por Europa en 1975. Ella, nacida en la comarca de l’Urgell (Lleida) le enseñó lo suficiente para que Montilla pudiera desenvolverse en sus primeros mítines políticos. Eran los años del activismo juvenil, del idealismo político, de la transición convulsa. Junto a Maite, fallecida en 2010 y con la que tuvo dos hijos, se convirtió en alcalde de Cornellà, ciudad que el socialista transformó por completo. De ahí le viene su fama de gran gestor.
Amor en los despachos
Durante su trayectoria metropolitana conoció a Anna Hernández, que había ocupado varios cargos municipales, entre ellos gerente del Consejo Comarcal del Barcelonés. De nuevo el roce y el cariño. En 1995, ambos se separaron de sus respectivas parejas -ella tiene dos hijos de su anterior marido-, se fueron a vivir juntos y en 1997, se casaron. Fue él quien le planteó tener hijos en común, a pesar de que ambos ya tenían descendencia de sus anteriores parejas, explica el periodista Gabriel Pernau en su libro «Descubriendo a Montilla». Anna se resistió y, por aquello del «si no quieres caldo, toma dos tazas», se quedó embarazada de trillizas.
Personas cercanas a la pareja aseguran que la personalidad de Anna, nacida en el Eixample barcelonés, estudiante en un colegio de monjas y exjugadora de hockey, nada tiene que ver con Maite. Parlanchina y extrovertida la primera, discreta y tímida la segunda. A la pareja no se le conoce ningún escándalo susceptible del papel cuché y en su historial solo cabe destacar las embestidas políticas propias del cargo de él, que se hicieron extensivas a Anna, criticada en su día por acumular excesivos cargos públicos. Los problemas con la Justicia de Arnau, hijo de Montilla y su primera esposa, quien fue condenado por destrozos en el mobiliario público, sí fue objeto de atención mediática.
Habladurías
Montilla acudió recientemente a una boda con su esposa, lo que confirma que siguen juntos y que lo de la profesora de catalán son habladurías. «Esa es una historia antigua en la que ha funcionado mucho el boca-oreja», asegura un allegado del socialista. Y es que existe la pena de banquillo y la pena del AVE (antes puente aéreo), aquella que pone bajo sospecha a los políticos que viven a caballo entre Madrid y Barcelona. Y Montilla, que compagina su cargo de senador con la Oficina del Presidente, ha sido el penúltimo en sufrirla. Aunque la vida sentimental de este político, oficialmente, sea un poquito más azarosa que las de sus predecesores al frente de la Generalitat, Jordi Pujol y Pasqual Maragall, que solo se casaron una vez, al igual que Artur Mas. Hasta ahora.
M.J. Cañizares||