Su intención no era hacer proselitismo, ni imponer su visión o postura; estaban abiertos y dispuestos a entablar un cambio de impresiones, desde una serena reflexión.
La sorpresa vino cuando un grupo de universitarios, en tono violento, insultaron y amenazaron a estos jóvenes. A gritos de: fascistas, fachas…, fueron expulsados sin poder ejercer el sano ejercicio del diálogo y la tolerancia.
Esta situación, de por si grave en la sociedad actual, conlleva un agravante: ha sucedido en el ámbito universitario. El espacio formativo por excelencia, de esta forma, se convierte en un lugar fuertemente intoxicado por las ideologías predominantes, excluyendo todo debate racional. ¿Cómo podemos presumir de grandes “palabras” (libertad, respeto, tolerancia, diálogo, etc.) si su puesta en práctica carece de aplicación?
Pude hablar con dos de esos jóvenes que pretendían abrir un ámbito de diálogo calmado y constructivo. Estaban, ciertamente, impresionados por el clima que respiraron, por la intolerancia y la violencia dialéctica que les golpeó. En fin, toda una lección de aquello que debería evitarse en el “fórum” académico de la universidad. ¿A qué tenían miedo “los violentos”? Su fanatismo anti-todo aquello que no piense como ellos, ¿de dónde se origina?: ¿de su insatisfacción?, ¿de sus frustraciones?, ¿de sus complejos de inferioridad?, ¿de su incapacidad de escuchar otras formas de opinión, de visión?...
Estos jóvenes cristianos pretendían invitar a una reflexión sobre el “derecho fundamental de la vida”, a otros les molestó y fueron incapaces de contrastar.
Con estupor y un grado de compasión, sólo les pude decir que hace más de dos siglos hubo alguien que por proponer el “amor y el perdón” fue condenado como un asesino. Su muerte en cruz fue el precio que pagó para que la verdad del amor prevaleciera por encima de la mentira del odio. La Semana Santa que se acerca así lo atestigua para millones de personas.