En el Centro -callados y con parsimonia galaica-, esperaban la rendida evidencia de lo inútil, mientras suministraban con tacto oxígeno al díscolo predicador de Tuset.
Pocos meses después se excarcelaban etarras entre graves controversias y Francia ante ello, declaraba que mantendría su política inmutable sobre el tema vascofrancés ¿Sería posible entonces una Vasconavarra sin la Gascuña francesa?
El favorito de las damas, muy serio se abstenía de especulaciones. En Ajaccio había abroncado a los nacionalistas corsos.
¡Quién era el que tan desdeñoso y seguro se mostraba ante las tensiones regionalistas? Era un hombre de 51 años, que había salvado a su hermana de la heroína, 4 hijos, licenciado en Historia, hijo de un pintor catalán y de una suizoitaliana, que veraneaba en Horta, fan del Barca, y que a los 20 años, se nacionalizó francés, fue alcalde suburbano, ministro de Interior y desde hacía días-Primer ministro francés- en el gabinete del “flan” Hollande, era claro: Manuel Valls Galfetti. Si su padre huyó de la Barcelona abstractizante, para vivir en la isla de S.Louis de París, en época dura, Manuel eligió ser francés, porque al serlo se libraba de los mínimos y zafios dilemas ibéricos y optaba por servir: un consolidado ideal republicano, europeísta y moderado. Todo lo contrario de la patria de sus veraneos, hoy enzarzada en una pugna garrotera de odios, recelos y creciente pobreza, en donde los límites fronterizos se alambraban y minaban, en lugar de superarlos y facilitarlos.
Tal vez, nuestros políticos profesionales, deberían admirar al ungido por el dedazo de Hollande: Manuel Valls Galfetti. Porque sabe mirar al Oriente aunque sea anti-burka. Tomen nota, compañeros.