Uno de los encantos del ajedrez es el sutil y poderoso hilo de plata con el que nos espeja en diferentes disciplinas. El juego-ciencia está presente en los planos de Ridley Scott, en las notas de las óperas de Philidor y en los renglones de Stefan Zweig, así como en tantas otras muestras de lo divino que habita en el ser humano. Es tentador dejarnos seducir el alma por el rey de los juegos; conviene preguntarnos si nos acompaña como divertimento exquisito o si estamos condenados a recrear nuestra existencia en un damero. Les propongo, pues, que se busquen en el ajedrecista que persigue la belleza, en el que ama la victoria, en el que quiere divertirse, en el guardián de la verdad o en el compañero que tiende puentes de amistad.